A la mitología griega debemos una gran cantidad de mitos que durante miles de años han servido como material que le da fundamento a la vida. Uno de ellos, es el de Sísifo; este personaje, de acuerdo al relato, fue el fundador y primer rey de Corinto; hombre ambicioso y cruel que no dudaba en utilizar la violencia y el engaño para conseguir sus objetivos. En algún momento se enemistó con Zeus y tras una seria de desencuentros, vencido, le fue impuesto un castigo que debería de cumplir por toda la eternidad: situado en lo bajo de una montaña, tendría que llevar una pesada roca hasta la cima de la misma, sin embargo, al intentarlo, a punto de llegar a lo más alto, perdía el control de la roca y ésta rodaba nuevamente hasta el punto de partida; una y otra vez se repetiría esa escena, absurda, trágica y sinsentido.
Durante casi tres mil años este mito ha sido interpretado de muchas maneras, sobresaliendo como una metáfora de la existencia humana, donde constantemente la vida nos impone una gran cantidad de pruebas, dolores, exigencias que nos llevan a preguntarnos si es que la vida tiene un sentido o solo estamos aquí, presos del absurdo.
Para la filosofía de la existencia, el hombre es un ser que emerge desde su ser-arrojado en el mundo (Heidegger); este despliegue anuncia un modo-de-ser-en-proceso, lo cual implica la imposibilidad de definirlo (Kierkegaard). Concebir al hombre como despliegue, es poner atención en el futuro como horizonte de iluminación de tal manera que “ser hombre es llegar a ser hombre” (Jasper), así, la postura de este movimiento filosófico no se instala en una visión metafísica, sino ética, es decir, en la construcción del hombre: el hombre no es un ser, sino un llegar-a-ser.
Desde esta perspectiva, al hombre no le es dado el mundo de manera natural, el mundo es un sentido colocado por el hombre. Albert Camus, autor entre otras muchas obras del “mito de Sísifo” postula: “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se le viva, es responder a la pregunta fundamental de la vida. […] primeramente hay que responder. […] se trata de evidencias perceptibles para el corazón, pero que deben de profundizarse a fin de hacerlas claras para el espíritu”.
Para Camus, se puede cambiar la piedra de Sísifo por cualquier experiencia que nos reta y nos exige. El hombre que enfrenta al absurdo es un hombre solo y contempla la realidad como espectador; ese sentimiento de absurdo pesa, pero también puede llevarlo a elegirse entre todas sus posibilidades. Como individuo, ante el absurdo puedo conformarme o rebelarme; si me revelo, podré vivir plenamente mi aventura, lograré asumir la propiedad de mi mismo, la titularidad de mi existencia. El hombre rebelde se asume, contacta con su voluntad de poder, acepta que el mundo no está hecho, está por hacerse, está por crearse. Su rebeldía es una actitud, sabe que siempre tiene la posibilidad de rebelarse en cualquier circunstancia, puede decir un sí y también un rotundo no. Crea su propio sentido de los valores y genera conciencia colectiva y solidaridad humana; no se obsesiona con el éxito pues sabe que lo importante es la lucha, no la victoria, que más que ésta, importa luchar y luchar.
En estos tiempos tan difíciles que estamos viviendo, podemos elegir la rebeldía ante el absurdo de la tragedia e imaginarnos a un Sísifo que le dice sí a la vida a pesar de todo y que cada día se levanta a empujar su piedra, una y mis veces más, un Sísifo que construye un sentido y que no toma la piedra como un castigo, que no se resigna y que de tarde en tarde podemos verlo como un tipo dichoso, alegre y a ratos, feliz.
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