Cuando decidimos utilizar las conmemoraciones nacionales para construir puentes, se perdió el sentido de los días fastos reduciéndolos a meros tramos de descanso. Poco interesa ahora el significado histórico de la fecha, lo importante es la suspensión de actividades laborales.
La alternancia política llegada con el siglo XXI también modificó las prioridades en el calendario cívico. La narrativa oficial reubicó epopeyas y personajes, como ya se hacía cuando desde el poder presidencial se privilegiaba la figura preferida del sexenio.
Así el presidente Echeverría exaltó a Juárez, Sor Juana reapareció con el presidente López Portillo, Morelos fue el preferido del presidente De la Madrid, el presidente Salinas destacó a Zapata, el presidente Fox actualizó a Madero, y así sucesivamente hasta el presidente López Obrador con la controvertida reivindicación de Pacho Villa.
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Por otro lado, el revisionismo producido por la democratización del país ha reescrito muchos capítulos de la historia nacional, revalorando personajes y acontecimientos. El pasado salió de la historia oficial donde permaneció inamovible desde la posrevolución.
De esa suerte, la Revolución Mexicana también se ve ahora desde otras perspectivas, es investigada con diferentes ópticas regionales, nacionales y extranjeras. Su precursor ha dejado de ser el “mártir de la democracia” y con objetividad se analiza su ingenuidad y falta de pericia política.
Los estereotipos característicos durante décadas de aquel movimiento armado, se diluyen conforme el rigor de la investigación histórica mira y explica otros ángulos, desvela situaciones desconocidas, analiza sucesos y responsabilidades unipersonales.
En ese proceso las mujeres y los hombres de la revolución dejan su responsabilidad, siempre justificada en extensas biografías, y su presencia idealizada en corridos, poesía, caricatura, cine, literatura y monumentos, para mostrarse y apreciarse con sus claros y oscuros surgidos de la mano de la investigación profesional.
La publicación, hace un par de meses, de la Historia de la Revolución Mexicana, en ocho tomos, proyecto inconcluso de don Daniel Cosío Villegas, es muestra de la nueva ruta; lo mismo son los libros, críticos, bien documentados, de Reidezel Mendoza:: Crímenes de Francisco Villa. Testimonios, el más reciente.
En ese novedoso ambiente recién apareció El indio Victoriano (Debate, 2023) novela biográfica de Gustavo Vásquez Lozano de uno de los villanos más repudiados de la historia mexicana quien desde 1913 carga la responsabilidad directa del asesinato del presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez, y es usurpador por su apoderamiento del Poder Ejecutivo federal.
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Con la voz ofrecida por el autor, dice el general:
“…no me inquieta mi dureza, ni mi crueldad, ni la mano dura con la que goberné al país durante más de un año; no me preocupa ser llamado asesino, lo que no es justo es que se empeñen en considerarme el único. El soldado que hay en mí no teme el juicio de la historia, pero tiemblo ante la carga de la figura de chacal; que esa caricatura irreal, ese espectro siga flotando sobe mí mientras los demás son considerados idealistas…”
Aunque novelada, es una estupenda biografía, invita a una lectura interesante, pero sobre todo sugiere adentrarse en otra visión, diferente de la hasta ahora conocida de quien permanece en la nómina de los grandes villanos de la historia mexicana.
Hoy es un buen día para leerla, aprovechando la coincidencia de la efeméride con el asueto.