Regresar al columnismo de opinión en noviembre de 2020, justo hace tres años, invitado por La Jornada Hidalgo, lo equiparé entonces al acto de empujar una pesada roca en una cuesta. Aquerenciado todavía a la vieja escuela del papel impreso, tuve claro que mi texto habría de publicarse de manera digital, legible solamente en un celular o una computadora, formato a cuya frialdad sigo sin acostumbrarme. Claro que así el dichoso guatsap me permitiría enviar mis malabares periodísticos a lejanas amistades, pero en el fondo lamentaría que no pudieran visualizarlos (y por tanto, leerlos) desde la secuencia arquitectónica o la ingeniería en que los estructurase.
Una vez vencido o hecho de lado mi prurito hacia las tecnologías de moda, siguió el grave dilema de los asuntos a tratar en cada columna. ¡Uf, cuánto quebradero de cabeza, una semana sí y otra también! ¡Y yo de obsesivo por el enfoque novedoso, el ángulo diferente, el tratamiento inusual, el dato desconocido, la información no considerada por otros analistas! ¡A cuántos temas importantes, muchos de ellos casi ineludibles, no he renunciado porque justo el día en que debo redactar y enviar mi colaboración no tengo siquiera uno de tales plus para usarlo como hilo conductor!
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Para colmo, ¡ay!, mi estilito de escribir. Yoísta, se me ha calificado, y no falta quién me lo restriegue en la cara. Mal ejemplo, vicio, pecado mortal. Egocentrismo puro, mondo y lirondo. De nada me sirve en casos así matizar ese juicio o, peor, intentar contradecirlo. Total, es mi criterio y lo afronto en primera persona del singular, de la manera más profesional, respetuosa y valiente que puedo, con todas sus consecuencias. Si alguien lo rechaza o también lo hace suyo, está en su pleno derecho y con su pan se la coma.
El privilegio de tener cierto espacio columnar en un medio de comunicación implica, claro, una responsabilidad mayúscula. Pero si cada palabra, cada frase, cada planteamiento expresado ahí refleja, no sólo nuestra formación y experiencia vital sino la propia ideología, ¿por qué no entonces mostrarse uno abiertamente, con trasparencia, en ellas? Lo difícil —o si se quiere: el arte— es hallarle al mensaje el punto exacto de cocimiento, el sazón y, sin duda alguna, la disposición de lo cocinado en el plato. Mientras más apetitoso se presente, quizá más digerible, supongo.
Aquí estoy, aquí sigo, aquí ando. Ya con la convicción más o menos introyectada de que, igual que hace un trienio, ahora soy tan Vozquetinta como Vozquedigitalizada. Siempre firme, siempre de pie, siempre libre. Y siempre, huelga decirlo, yéndome por la libre.