Arthur Schopenhauer tenía una teoría para hablar de las relaciones humanas la cual se basaba en las conductas de los erizos, sí, estos animalitos llenos de espinas que cuando llega el invierno, y para no morir de frío, tienen que acercarse a sus iguales para obtener calor.
Sin embargo, este es el dilema, como son seres muy frágiles, el aproximarse mucho a otro de su especie le puede causar hasta la muerte, pero si no lo hace, la hipotermia lo puede matar.
Y esta clase de disyuntivas es la que el filósofo alemán observa en los seres humanos y que el escritor Jonathan Frías toma como eje principal para que poéticamente retrate los daños ocasionados por los encuentros y desencuentros de tres personajes de su libro El dilema de los erizos.
Entre escenarios crudos, realistas y algunas veces hasta de ternura, Frías va desmenuzando las obsesiones humanas en donde la memoria y el olvido son factor de reflexiones que algunas veces pueden ser terribles si es que se consiguen ver.
Y es que este libro no fue tan fácil de escribir, representa para el autor muchas etapas de reescritura para conseguir el objetivo de hacer un texto que no solo sea leído, sino que ayude al reconocimiento de uno mismo.
“Pasé mucho tiempo escribiendo esta novela, atravesé muchas etapas de reescritura completamente, alrededor de cuatro. Pero la única certeza que yo tenía cuando me senté a escribirla por primera vez era que quería escribir algo que tuviera que ver con las obsesiones.
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“O sea de cómo somos capaces de obsesionarnos con alguien y a partir de ahí cómo, filtrados por esa obsesión, nos perdemos todo lo que está pasando a nuestro alrededor, por estar demasiado obtusos o cerrados a una sola cosa nos estamos perdiendo de lo demás, es decir, de la realidad”, comentó el también editor.
En cuanto al fondo de la novela, y sin duda se consigue, es escarbar hasta el fondo de lo más oscuro que pueda tener el ser humano en el alma y es por eso que la manera de escribirla tenía que ser poética, sin embargo, fue algo que Jonathan se fue dando cuenta.
“Conforme avanzaron las versiones me di cuenta de que esta cosa de lances muy breves, de cortes poéticos eran mucho más eficaces para comunicar lo que quería comunicar.
“A diferencia de aquel otro lenguaje (tradicional) que estaba utilizando y que era una novela que se me estaba convirtiendo en chillona, muy azotada. Era algo muy amargado”, aseguró.
Y es que llegó a tal grado que al mismo Frías sus personajes ya le habían caído “gordos” porque se convirtió en un escrito muy lineal que a él no le agradaba y que no era la forma de contar su historia y desde ahí recapitular todo de forma que el lenguaje se convirtiera en más directo con párrafos más cortos.
Esta manera poética de escribir le sirvió, dice, porque pudo conseguir capturar el lenguaje que necesitaba para adentrar al lector en los personajes.
Y en donde su narrativa encuentra en las heridas de las palabras y de los silencios la circunstancia ideal para hundir a los protagonistas en ensimismamientos, egoísmos, reproches y adversidades propias de todas las relaciones humanas.
“Tratar de capturar el lenguaje oral por convertirlo en estas figuras muchísimo más poéticas y este alto contraste de narrarlo así me gustó mucho porque se refleja la violencia más descarnada y se ve y se siente en la novela”, aseguró.
Para las obsesiones que se reflejan a lo largo de la novela el escritor se basó en algunas experiencias personales y en otras de personas cercanas a él que le han contado y que gracias a esto consigue darle el toque más real.
“Los seres humanos somos capaces de obsesionarnos prácticamente con lo que sea, con un proyecto, con las personas, con el trabajo, con los hijos, con lo que sea.
“Muchos amigos y amigas, sobre todo estas últimas, me han dicho que se ven reflejadas en el libro, justamente en cuanto a las interacciones humanas, al final es una novela que no es una novela de amor, pero sí es una novela que tiene como discusión el amor.
“Se va a discutir cómo nos relacionamos amorosamente, porque nunca falta que te toca ser el hombro de un amigo o de una amiga que te cuenta cómo otra persona le está haciendo pedazos la vida y te cuentan sus desventuras amorosas y, bueno, al final me tocó a mí convertir todo esto en literatura y en ello se refleja la gente”, aseguró.
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Cae en su propia “trampa”
El autor también cayó en su propia trampa de obsesión. Y es que para darle forma y vida a su libro pasó muchas etapas, las cuales fueron obsesivas por obtener el resultado llamado El dilema de los erizos.
Jonathan Frías trató de alejarse del libro al no encontrar la fórmula que necesitaba para terminarlo, pasaron 7 años en que la sombra de los erizos no lo dejaba tranquilo.
“La solté, hice en medio del proceso otras cosas, porque me di cuenta de que no estaba funcionando, la solté con el objetivo de reescribirla y fue un proceso casi de inmediato, pero en esa segunda versión fue cuando me di cuenta de que algo no estaba ocurriendo y literalmente dije ‘¡al carajo!, me pongo a hacer otra cosa’.
“Es una cosa abortada, no funciona y según yo la mandé al carajo y me puse a hacer otra cosa, entonces trabajaba yo como editor en el Instituto Municipal de aquí de Aguascalientes y según yo me iba a dedicar solamente editar y en lo que estaba haciendo, pero de tanto en tanto estas cosas volvían y volvían y volvían”, aseguró.
Pero gracias a un pequeño cuento que escribió regresó a la novela y con un tercer y cuarto intento consiguió el resultado final.
Ahora libre ya, Jonathan Frías está dedicado a dos proyectos literarios que pronto verán la luz, pero aseguró ya no tienen tantas espinas como los erizos.
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