DEMOCRÁTICA, CRÍTICA Y MITOTERA

Garlito

Siendo la nuestra una cultura firmemente cimentada entre la muerte y la vida o más bien, entre la eterna existencia que anima a todo fallecido y el efímero devenir terrenal, porque vivir mata y la muerte es el periodo más largo de nuestra existencia; cuando la vida pertenece a unas deidades o Tlatoanis y la celebración de la muerte es más gozosa que la vida, son claras muestras que nuestros antepasados, apreciaban más los universos de los muertos que el mundo de los vivos; pese a esfuerzos extranjerizantes, intervencionistas y transculturizantes, la tradición de muertos mexicana, es la envidia del mundo y en afán comercializador hay quienes atentan contra la zozobrante vida del Día de Muertos.

Requiescat

Decían los antiguos que la presencia de un espíritu se podría manifestar con un repentino viento o una barrera invisible, un remolino surgido de improvisto solo percibido por los elegidos que impedía avanzar, levantaba una pequeña tolvanera y el torbellino se alejaba dejando con los pelos de punta, a quien los tuviese; así entre la gran tolvanera que genera el paso de Día de Muertos, entre la desmedida comercialización a esta fiesta antaño íntima, hoy derroche de glamur y un tanto despistada sobre su verdadero significado, estamos ante un hecho que consolida nuestra cultura mexicana, como una de las más vivas del universo, contradictoriamente festejando la muerte; para todo sociólogo, antropólogo social e historiador, hecho que deben registrar, la transformación de la celebración de muertos; en esa manifestación de cultura viva, debemos tener cuidado de no trastocarla y ponerla inerme ante el monstruo capitalista, que la decapitará.

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En ningún pueblito de México por más alejado y pobre que sea, por más parecido a Comala de Pedro Páramo, bajo injusticias de caciques y religiones fundamentalistas, no hay cementerios o panteones hasta en la más miserable comunidad, donde no se encienda una veladora por el Alma en Pena o por los Fieles Difuntos, una ofrenda rica en manjares o humildes oraciones y recuerdos, cono en Macario de Bruno Traven, no existe una iglesita por más pequeña que sea, que en sus puertas no se vendan figuras de santos milagrosos como los de Anacleto Morones, por lo que se busca su beatificación; la literatura nos enseña el enorme abanico de cosmogonías respecto a los muertos de México y somos también una cultura, con muchos y diversos caminos para alcanzar la santidad o el Mictlán, el lugar de los muertos; en un exagerado afán de celebración, en un desmedido intento por conservarlo, podemos matar al día de muertos.

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In pace

Cuando José Guadalupe Posada, en sus ilustraciones de La Catrina Garbancera, la verdaderamente original sostenía que la muerte era democrática, al fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera, decía; era una calaca flaca que llevaba la tradición ya de los cartones políticos y de un pequeño texto, herencia de Fray Joaquín Bolaños en su libro La portentosa vida de la Muerte, editado en 1792, ya colocaba versos jocosos, chuscos, cómicos, grotescos, donde se hacía una crítica política y social, primera expresión cultural, más allá de las creencias religiosas; Posada lleva a la muerte al arte y las calaveritas literarias fueron indispensables para estas nuevas expresiones; ahora La Catrina Garbancera, desfila y baila en un carnaval donde el glamur y lo snob permean, restando un poco su verdadera existencia, ya nadie recuerda las calaveritas literarias y sí las sexys muertes, que bailotean en las calles. Lo verdaderamente amenazante para esta la tradición más mexicana de todas, Día de Muertos y Fieles Difuntos, son las expresiones de otros países y los festivales del terror jolibudezcos, donde muñecos satánicos, asesinos en serie, payasos macabros, zombis descarnados y hasta las mismas calabazas y los gatos erizados son elementos transculturizantes, que afectan la verdadera celebración y desorientan la tradición original, en los pueblos mágicos no debe promoverse este tipo de actividades extranjerizantes, porque es contrario a su esencia y las autoridades, turísticas y culturales, atentas para no perder la brújula de las verdaderas fiestas mexicanas.