Leyendas Hidalgo: Historias de miedo de las comunidades

Las Leyendas en Hidalgo son parte de la cultura y ahora que está próximo el Día de Muertos de contamos algunas.

Si quieres organizar una noche para contar leyendas con tus amigos, estás historias de personajes de Hidalgo te van a asustar.

Leyendas Hidalgo: Historias de miedo de las comunidades

Conoce estas leyendas de Hidalgo que atemorizan a quienes las cuentan y que son perfectas para estos días.

Leyenda del Vampiro de Real del Monte

Todo empezó cuando algunos animales amanecieron muertos, con dos orificios en el cuello. Mi compadre José Juan no entendía lo que pasaba, fue con el veterinario, quien al examinar a los animales, dijo que un parásito que les había provocado la muerte.

Mi compadre no le creyó al veterinario. Entonces me pidió que le ayudará en las noches hacer guardias. Él pensaba que era algún mendigó coyote que bajaba del monte para matar al ganado.

Le respondí — vigilemos, compadre para ver qué es lo que provoca la muerta de tus animales

Durante varias noches cuidamos, no se vía nada, nadie se acercaba, hasta que un viernes, como a las tres de la madrugada, estábamos en el corral ocultos entre la vacas. Escuchamos un golpe en el tejado. Salí a asomarme para ver qué provocaba ese ruido, mi compadre se quedó adentro. No encontré nada, pero cuando volví al corral, mi compadre estaba inmóvil, con la cara pálida y sin color en los labios.

— ¿Qué te pasa compadre? ¡Dime algo! ¿Qué fue lo que viste?

Estuve muy angustiado sin saber qué hacer, por más que lo zangoloteé, no respondió.

— ¡Comadre Martha, venga, ayúdeme! No sé qué le pasó a José Juan.

Mi comadre salió en camisón y con una cobija encima de la espalda.

Ella llorando me gritaba —¡Pero, Toño¡ ¿qué le pasó a mi José Juan?

— ¡No sé, no sé ¡Me salí para ver qué provocó un ruido en el tejado, cuando regresé al corral, lo vi así como está!

Al ver que mi compadre no reaccionaba, lo eché a la carreta para llevarlo al dispensario médico del siguiente pueblo.

El camino estaba muy obscuro, una nube grande cubría la luna, se escuchaba el aullido de los coyotes, íbamos a toda velocidad; de repente, a lo lejos alcancé a ver un bulto atravesado a la mitad del camino, les jalé la rienda a los caballos, se detuvieron de inmediato y empezaron a retroceder asustados.

Al ver lo que teníamos enfrente, los cuacos del miedo, corrieron despavoridos, eso provocó que la carreta se volcará y mi compadre saliera disparado. Perdí el conocimiento un rato, creo que me golpeé la cabeza me estaba escurriendo mucha sangre.

Cuando desperté me adentré en el bosque para buscar a mi compadre, entre las ramas de los árboles vi una silueta, con ayuda de la luz de la luna miré que aquello que me acechaba, se acercaba a mí y sin pensarlo dos veces corrí sin voltear.

A la mañana siguiente fui a la casa de mi comadre, me recibió en un mar de lágrimas, cuando vio que llegue sin José Juan.

— No compadre, no pude pegar el ojo en toda la noche sin saber de mi José Juan,
estuve preocupada.
— ¡Vamos rápido a buscarlo al bosque!

Después de caminar un tramo le dije: – Aquí fue donde se cayó cuando se volcó la carreta.

Estuvimos buscando mucho rato, hasta que mi comadre lo vio tirado junto a un arbusto.

— ¡Allá está mi José Juan!

Corrimos hacia donde estaba, mi compadre, estaba muerto, tenía dos orificios en el cuello, igualitos a los de sus animales.

Muchos dicen, que se trataba de un vampiro. En ese lugar todavía se cuenta que en Real del Monte vive un vampiro. Ya no quise averiguar más por miedo a terminar como mi compadre al querer saber quién mataba a sus animales.

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Una bruja en Huapalcalco

Recuerdo cuando tenía como nueve años, mis papás nos llevaron a mis hermanos y a mí, a la casa de mis abuelos en Huapalcalco, Hidalgo.

Esa noche, apenas alumbraba la luna, me levanté de la cama, fui a la cocina, me serví agua en un jarro. De pronto, escuché ruidos extraños provenían del otro cuarto.

Me acerqué para ver de qué se trataba, lentamente recorrí la cortina, no se distinguía bien, en ese momento se alumbró la habitación con la luz de la luna y alcancé a ver una silueta parecida a la de una mujer.

Estaba parada al lado de la hamaca donde dormía mi hermanito de un año; por un momento pensé que era mi madre.

Lo que vi estaba encorvado encima de mi hermanito, hacia ruidos extraños con la boca, como si estuviera succionándolo.

Me miró; su rostro era espantoso, sus ojos eran enormes y redondos, sus dientes eran aterradores, sus manos eran huesudas y tenía las uñas extremadamente largas.

Desvié la mirada buscando a mi madre, vi que ella dormía, traté de hablarle, de gritarle, de advertirle de aquello. Que mi hermanito estaba en peligro. No puede hablar. Sentía un nudo en la garganta, solté el jarro de agua y al caer al piso se rompió, en ese momento se despertó mi madre.

De inmediato, aquello huyó por la ventana, las cortinas se movieron, abrimos la puerta y mi mamá salió corriendo, yo iba detrás de ella para perseguir a eso que estaba con mi hermanito.

Esa cosa de un saltó llegó al techo de la casa, desde donde, se impulsó a las ramas de un árbol, en un abrir y cerrar los ojos se convirtió en una especie de lechuza enorme y salió volando, mi cuerpo se estremeció de miedo, me quedé inmóvil. En ese momento mi mamá me jaló del brazo.

Entramos corriendo a la casa. Mi madre levantó a mi hermanito de la hamaca, lo puso en la cama y revisó su cuerpo, en la pancita tenía chupetones; mi mamá me dijo que eso se lo hizo la bruja, me espanté y me puse a llorar, mi mamá me tranquilizó, diciéndome.

—No te preocupes, no volverá a pasar, dejaré unas tijeras en forma de cruz debajo de la cama, ya no dormirá en la hamaca, lo pondré con nosotras en la cama.

Esa noche no pude conciliar el sueño. Y jamás volví a la casa de mis abuelos.

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La llorona de Chimapala

Jesús había salido de una fiesta y andaba algo ebrio por beber mucho ponche con aguardiente.

Su hermano le gritaba:
— ¡Jesús, espérame pues, deja me despido de mi novia la Jacinta!
—No, ahí me alcanzas, me voy por el jagüey.

Iba canturreando mientras caminaba por la orilla del jagüey, cuando, a lo lejos entre los árboles vio a una muchacha con vestido blanco, cabello largo y negro. Como Jesús era muy enamoradizo, corrió para alcanzarla, pero la perdió de vista.

Regresó hacia el camino, de repente volvió a verla, esta vez caminando en la orilla del jagüey, con el alumbrar de la luna, alcanzó a ver que la muchacha estaba flotando, la mujer se miraba en el agua, entonces soltó un lamento de dolor, tenía su cara deforme y su vestido manchando de sangre.

Jesús corrió hacia su casa, pero aquel espectro lo alcanzó, le puso la palma de la mano en el pecho y él se desmayó.

Su hermano Ramón lo buscó, lo encontró al amanecer, inconsciente encima de un maguey, estaba delgado como si no hubiera comido en días, en la espalda traía rasguños, y un semblante amarillo.

Durante semanas a Jesús lo revisaron varios doctores, ninguno podía decir qué enfermedad tenía, mucho menos cómo curarlo.

Después de esa noche, Jesús jamás se recuperó, tuvo que vivir con la maldición de la llorona.

Fuente: Libro “Allá por mi pueblo cuentan…”.