Te felicito, Enrique, porque a fines de 1963, cuando terminabas de haber vivido 13 otoños, se iniciaba lo que fue una década musical alucinante, encabezada por The Beatles. Porque tus fibras rockeras ya venían preparadas desde niño, cuando escuchabas a Elvis Presley, Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Gene Vincent, Ritchie Valens, Roy Orbison, Buddy Holly, Everly Brothers, Carl Perkins, lo mismo en versiones originales que en covers mexicanizados. Porque la circunstancia cronológica de tu adolescencia te permitió vivir con intensidad, hasta cumplir 24 años en 1974, las rolas de Byrds, Rolling Stones, Animals, Dave Clark Five, Pacemakers, Beach Boys, Cream, Shondells, Hollies, Doors, Iron Butterfly, Procol Harum, Moody Blues…
Te felicito porque aprendiste a vibrar, a enchinar tu piel con los sonidos eléctricos de las guitarras, la locuacidad del piano, el gótico embrujo del órgano, el aporreo de la bataca. Cuando la pieza lo ameritaba, también vibraste con la tersura de las cuerdas, la energía de los metales, la melosidad de las maderas. Un buen riff del requinto, tipo Harrison en Let it be, o Clapton en While my guitar gentle weeps. Un buen toquín de órgano, tipo Manzarek en Light my fire, o Fisher en A whiter shade of pale. Un buen apoyo de la batería, tipo Ringo en A day in the life; un solo del mismo instrumento, tipo Bushy en In-A-Gadda-Da-Vida.
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Te felicito porque entendías las letras de las canciones (digo, de algo habría de servirte haber concluido un curso completo de inglés en el Coronet Hall y que tu padre tuviera la feliz iniciativa de regalarte entonces tu primera suscripción al National Geographic). Porque te identificabas con muchos de sus mensajes líricos, como si fueran un reflejo de tus inquietudes existenciales o con la envidia de no haberlos escrito tú mismo. Porque siguen representando mucho de tu personalidad ciertas frases clave, como las incluidas en Like a rolling stone, de Bob Dylan; Mother’s Nature son, de Paul McCartney; Across the universe, de John Lennon; I’m your Captain – Closer to home, de Mark Farner; y Father and son, de Cat Stevens.
Te felicito porque, a tus 73 años, con la testarudez de consolidar la memoria, aún te das tiempo de revivir musicalmente aquel periodo. Y le quitas el polvo a tus vetarros elepés juveniles y cidís posteriores —cuando no, de plano, recurres a rastrear audios o videos por internet. Y haces girar la morriña que te invade al acordarte que también fuiste rocanrolero, que tocabas batería y cantabas en un conjuntito de púberes vecinos del condominio donde vivías. Y al despertar de tu sueño sacas la pluma para ponerte a teclear desahogos como el de hoy, disfrazándolos de evocaciones. Porque lo utópico, desde luego, ¿quién te lo quita?
Te felicito, Enrique, porque este 2023 cumples sesenta años de haber empatado la música pop a tu existencia. La vitalidad que te brindó en todo este tiempo es indudable. Espero, sin embargo, no parecerte un aguafiestas si concluyo con otra frase clave, aquella de la exitosa baladita o cancioncilla pop que entonaba Mary Hopkin: “Those were the days, my friend, / we thought they’d never end” (‘Esos fueron los días, mi amigo, / pensamos que nunca terminarían’).