Una de las tareas esenciales del periodismo es la de intentar entender y descifrar el estado de las cosas; y en este preciso momento en Hidalgo debemos tratar de dilucidar acerca del conflicto entre los estudiantes del Instituto de Artes y Las autoridades de la UAEH; una ruptura que escaló tras la reacción violenta de gente con poder que piensa que el tiempo se detuvo y que seguimos viviendo en el pasado.
Respecto al tem, he seguido con atención los apuntes de un todavía joven poeta como lo es Martín Rangel; disfruté de un puntilloso posteo del escritor y periodista Alfredo Rivera, que siendo autor de La Sosa Nostra, mucho tiene que aportar al tema; además, celebré la vuelta del artista plástico Enrique Garnica a la gráfica para redes sociales… transformó el trozo de garza decapitada en una prolongación del madero con el que tundieron a los manifestantes.
En medio del proceso de reflexión previa a la escritura de este texto (que expresa mi opinión estrictamente personal), también me crucé con una canción de Jungle llamada en español “Nosotros contra el mundo”, mientras que Los Espíritus cantan “En este mundo no hay lugar”, y me pareció que en ambas había señales, pero fue entonces que la campaña de lanzamiento de un libro tan provocador como virtuoso, como lo es Dysphoria Mundi ,cruzó delante y me dejó sorprendido ante la frase: “Una revolución comienza así, con una sacudida del tiempo que hace que la repetición obstinada de la opresión se pare para que pueda empezar un nuevo ahora. Todo tiene que cambiar… La Historia no ha hecho más que empezar”
También autor de Un apartamento en Urano -crónicas del cruce- y Manifiesto Contrasexual, el español Paul B. Preciado es alguien que con genialidad: “combina teoría y literatura para cuestionar nuestras concepciones más sagradas…”, según apunta la genial Aixa de la Cruz.
Siempre me ha atraído tal multiplicad y heterodoxia, es por ello que me llama poderosamente lo que se dice de Dysphoria mundi y de su autor: “Preciado describe en esta obra las modalidades de un presente revolucionario: no algo que sucedió en un pasado mítico o que sucederá en un futuro mesiánico, sino algo que nos está sucediendo”.
Por ejemplo, coincido con las voces que les han hecho ver a los actuales estudiantes de la Normal del Mexe que no se puede volver a las prácticas y condiciones de hace 30 años; nos encontramos bien entrados en el Siglo XXI y los empeños se han encauzado por encontrar soluciones emanadas de este presente intenso y propositivo -mucho más amplio de miras-.
¿Quién al interior de la UAEH pudo pensar que la embestida de un grupo de golpeadores pasaría desapercibida? Ni duda cabe, piensan y obran como gente del pasado, mientras que habitantes del presente registraron en video toda su infamia y la circularon en redes sociales.
Por su parte, la periodista Judith Butler apunta a propósito de Dysphoria mundi y su estructura de texto mutante: “Aquí una canción, allí un poema: el suyo es un pensamiento que trasciende el género y los géneros, que nos deshace en el mejor sentido de la palabra. Un compromiso implacable contra las peores formas de disolución”.
Y la violencia es una de las peores formas de buscar la disolución… primitiva, absurda, deleznable. Ojalá y cunda de verdad la noción de que nada permanece inmóvil, que los procesos sociales no se detienen y siempre encontrarán manera de aflorar. Aún en 2023, ciertas caras del Status Quo se niegan a entender que obligatoriamente deben ser confrontadas.
Es momento de explorar otras dinámicas, unas que entiendan que las instituciones requieren de estructuras menos verticales y de compartir las decisiones entre la colectividad -mucho tiene que aportar el gremio de profesores e investigadores al tema-. La izquierda del Siglo XXI tiene que ser menos dogmática y tradicionalista… la capacidad de adaptación a los tiempos que corren es una premisa que todos necesitamos abrazar.
Ya no puedo esperar por leer Dysphoria mundi pues de ella se dice: “Esta monumental obra de Preciado es la de un bibliófilo que pone todos sus recursos al servicio de un tiempo y de un mundo hoy día irreversiblemente dislocados”.
Me asomo al conflicto de los alumnos del Instituto de Artes y tal dislocación es más que palpable. No queda sino aferrarnos a la conversación, una preciada herencia de lo que mejor se entiende por cultura; no hay de otra.