Recientemente acudí a la ceremonia de clausura de un curso de verano y fue muy evidente que la mayoría de padres se comportan de la misma manera; no sólo grababan extasiados las actuaciones de sus vástagos, sino que incluso registraron la intervención de la maestra de canto que se dejó ir con unos boleros, cuya pista emanaba de una computadora (¿para qué querrán esos videos?, ¿los pondrán en alguna fiesta?).
Días después pasé un fin de semana en Acapulco, en el que otra vez las familias se comportaban con una pasmosa igualdad; todos cargaban los mismos carritos, vestían ropajes casi idénticos y asumían poses y actitudes similares.
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Mientras tanto leía la novela Los viajeros de la Vía Láctea y ahí aparecen, desde Madrid, personajes rondando los cincuenta que dan cuenta de su vida desde una perspectiva de clase y llena de nostalgia; en la vacación sonaba un tema de Natalia Lafourcade, luego Los Ángeles Azules para rematar con un reguetón, mientras en la novela estaba detrás “La chica de ayer” de Nacha Pop y Loquillo, pero la sensación es que una forma similar de encarar la vida permea entre los adultos de más de cuarenta… asumiendo mucha resignación.
He venido observando que a la gente le viene bien ser igual al resto… consumir lo mismo, escuchar lo mismo, vestir igual, hacer lo que hacen los otros… se impone un tipo de pensamiento único que los hace sentirse felices consumiendo lo que está en boga y que todos los demás también celebran.
Cierto, uno está ahí inmerso (y siendo parte), pero no se puede ocultar que se sienten nauseas ante todo ese “banquete” tan acomodaticio, tan complaciente, tan aborregado. En aquel paraje guerrerense uno puede comprobar cómo es que hasta los tatuajes son un elemento más de la sociedad de consumo del siglo XXI y con meras funciones estéticas.
No queda sino pertrecharse y crear una trinchera de resistencia (o al menos intentarlo); es por ello que comparto totalmente lo dicho por Luis Gabriel Carrillo cuando dice:” La disidencia te hace dudar en lo que crees, lo que debería ser, y en lo que eres”. ¡Vaya, la duda como motor existencial… como modo de vida!
Siempre he celebrado el lema de San Ignacio de Loyola, que me legó mi formación universitaria: “La verdad os hará libres”. Y es por ello que gozo con ejercer la disidencia y hacerla aflorar a las primeras de cambio.
Hoy día puedo especular: ¿Quién se acuerda de Justin Beaver o Allizé? En su momento arrastraron a miles de seguidores y fueron alabados; hoy día ni quien se acuerde de su música intrascendente. Así que no debería de haber problema alguno por señalar que Taylor Swift es una figura insulsa que produce canciones triviales; y ello por más que sus fans atasquen una y otra vez el Foro Sol.
Se trata de una barbie hípster y con pretensiones intelectuales gracias a sus amigos; vamos a ver cómo es que su música enfrenta el paso del tiempo y si es que llegara a ser verdaderamente perdurable por más que el consumo actual sea millonario actualmente; el tiempo pondrá a cada quien en su lugar.
Quizá soy demasiado mayor para que me lean los “swifties” y me apliquen la “cancelación”, pero encuentro mucho gozo y razón de funcionar a partir de la disidencia -creo firmemente en ella- y es por ello que puedo citar al gran William Blake: “El hombre cuya opinión nunca varía es semejante al agua estancada y engendra reptiles en su mente”.
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No queda sino apelar al ejercicio de la inteligencia, por mucho que esto traiga consigo la confrontación. Y ello incluye reconocer cuando una figura demuestra en realidad su valía; muchos en los ochenta pusimos en tela de juicio a Madonna y demostró su calidad y profundidad de ideas más allá del escándalo y la provocación sexosa. ¡Se hizo eterna!
Hace 4 años publiqué mi novela Ya no más canciones de amor, y en ella el protagonista también se la pasaba criticando a Taylor Swift; así que no me subo a ningún tren del mame y demuestro que mi postura es, de entrada, consistente. Es así que cierro citando 1984, del inmenso George Orwell: “La libertad es el derecho a decir a la gente lo que no quiere oír”.
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