El ciclo escolar 2022-2023 fue el de su extremaunción. Dejó de existir durante el periodo vacacional de verano y se le enterró en lo oscurito. Ni una esquela mereció. A partir del 2023-2024 ya no circulará en los planteles de enseñanza primaria, ya no lo abrirán alumnos y docentes, ya no tendrá cada quién un ejemplar usado para quedárselo definitivamente en casa al terminar su educación básica y atesorarlo de por vida. Quizá en el menos pesimista de los horizontes, mañana no faltará un nostálgico que lo recuerde y le lleve flores a su tumba, si es que alcanzó un lote a perpetuidad en el desolado cementerio de la biblioteca de la escuela (suponiendo, claro, que la escuela tiene un cuartito a guisa de biblioteca).
Pensé reflexionar hoy acerca de la polémica suscitada por los nuevos libros de texto gratuitos (LTG). Lo haría con la pizca de conocimiento de causa y los cinco centavos de autoridad moral que, según yo, me dejó haber sido, de 1981 a 1986, subdirector de Textos y Auxiliares Didácticos en la entonces Dirección General Adjunta de Contenidos y Métodos Educativos, instancia de la Secretaría de Educación Pública (SEP) dedicada a revisar, mejorar y actualizar cuanto incluyen los LTG. Pero el tema era demasiado vasto, so pena de caer en el tratamiento único o el enfoque reduccionista, y preferí tocar nada más un punto, secundario si se quiere: el hecho de, literalmente, haber borrado del mapa a uno de los libros precedentes.
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(Borrado, también, de mi propio mapa. No están ustedes para saberlo, pero yo sí para desahogarme: el plan de editar como LTG el Atlas de México fue proyecto mío en aquellos años, lo avaló entonces el Consejo Nacional Técnico de la Educación y comencé a prepararlo con mi equipo de trabajo, basándonos en la suma geográfica, histórica, socioeconómica y cultural por estados de que disponíamos para las 32 monografías de la colección El Libro de mi Tierra. Poco después de mi salida de la SEP, la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos imprimió por fin la obra, primero en versión experimental, y después, en 1994, la edición definitiva, misma que, tras casi 30 años de servicio, acaba de ser inhumada.)
¿A quién dañaba un LTG así? ¿Lo suplirá el alumnado por la búsqueda vía internet, tan facilona y al mismo tiempo tan plagada de falsedades y datos sacados de la manga, erróneos o al menos dudosos? ¿Cómo se piensa motivar ahora a la niñez y la adolescencia a que consideren lo comunitario si carecen de un respaldo bibliográfico para siquiera ubicar a su comunidad (y de paso a su historia, su cultura, su identidad) en el territorio mexicano? Reducir el conocimiento a campos formativos en vez de materias, ¿obligaba a echar por la borda avances y logros anteriores? ¿Qué criterio pedagógico se siguió para respaldar esta y otras acciones hechas sobre las rodillas o prendidas con alfileres?… Por lo visto, no tendremos respuesta a nuestras preguntas antes de 2028. Sea por Dios y venga más transparencia.
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¡Qué difícil, por la trama de los ángulos contrapuestos que permean en el altercado a propósito de los LTG, y qué triste, por mi experiencia ya prehistórica en su elaboración, me resultó escribir este Vozquetinta! La monografía Hidalgo, entre selva y milpas…la neblina, lo mismo que el Atlas de México, son dos oportunidades que mi admirado país me otorgó el privilegio de retribuirle dentro de mi vocación profesional. Hoy lamento que ambas yazcan tres metros bajo tierra, tal vez ni sirviendo, de perdida, como abono.
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