Para Ernesto Ramos Aguilar vender recientemente una lavadora de madera de 1899, la cual coleccionaba desde hace una década, no le provocó un sentimiento en particular. Para el anticuario las cosas están hechas para ser disfrutadas, no para tener apegos.
El oriundo de Tulancingo, que desde hace 30 años colecciona antigüedades, responde en entrevista: “¿Sentí feo? No, porque es mi negocio. No me apego a las cosas, yo las disfruto al momento; me gustan, las veo y sé que son para vender con el fin de ganarme algo, no se debe ser tan apegado a las cosas.
“Yo empecé a atesorar todo esto, a guardarlo para mí y no para vender, rentaba para tener mis cosas y disfrutarlas y no tenerlas en mi casa estorbando, ahora ya las vendo”, reconoce.
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Candados, lo primero que coleccionó
La predilección por piezas históricas no viene de su familia, el también soldador cuenta que nadie más que él se ha dedicado a coleccionar antigüedades. Esta vocación del señor Ernesto inició cuando comenzó a guardar candados.
“Debí coleccionar 300 y tantos candados antiguos forjados a mano, de todo. Los vendí muy bien, desde ahí empezó mi afición. Tenía una pared tapizada de puro candado”, recuerda.
“Comencé a la par de un taller de soldadura que yo tenía, fui comprando y aquí está el resultado”, expresó Ramos Aguilar al señalar un tintero de hace 150 años.
“Me encantaba mucho comprar las cosas y restaurarlas, en los tianguis veía una balanza antigua rota, yo sé soldar, empastar, yo las arreglaba, las pintaba y las vendía como nuevas, y de ahí empecé también”.
Incluso, mencionó que el 50 por ciento de los objetos en su tienda de antigüedades son piezas restauradas, “a veces viene sucio, torcido y yo lo tengo que dejar al 100”, y eso también es reciclar, dijo, darle vida a las cosas que se creen inservibles.
La gente piensa que es museo
Instalado como coleccionista frente a la Antigua Estación del Ferrocarril en Tulancingo, el señor Ernesto cuenta que lleva alrededor de 14 años y que anteriormente el lugar se llamaba “La Estación” en alusión al museo. Nombre que cambió por “El Fonógrafo”, por ser este aparato un icono de la antigüedad.
Platica que hay gente que viene a ver las antigüedades y lo felicita, “no compra, pero lo visita como si fuera un museo más. Me dicen ‘oye, ¿y eso se vende?’, todo vendo, les digo ‘ahí dice venta de antigüedades’”.
Señala que a su parecer hay pocas tiendas de antigüedades en Tulancingo, quizá una o dos.
“La gente de antes le daba mucha importancia a esto, los jóvenes a lo mejor ya no porque nunca lo vieron y a lo mejor en 20 o 30 años les va a gustar lo que ellos vivieron, pero esto a los jóvenes no, la que viene normalmente es gente adulta, coleccionistas, decoradores”.
Lo que más les interesa son objetos para la decoración, como lámparas, burós, máquinas de coser, también para haciendas. “Esto es muy impredecible, puedo vender hoy, mañana no, es muy raro este negocio”.
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Un órgano de iglesia y pianola, lo más antiguo
Los objetos más antiguos en la tienda de antigüedades “El Fonógrafo” son un órgano de iglesia de 1870 y una pianola de 1880, instrumento del que salían las notas musicales para que las mujeres bailaran el can can.
Destaca un teléfono de 1910, una grabadora de rodillo de 1900, la vitrola de 1930, cámaras fotográficas de 1899.
Relojes de péndulo de 1930 hasta 1970, todos funcionando. Juguetes antiguos, carros, payasos, músicos, motos, tráileres, “todo es viejo, pero en buen estado”, aseguró el coleccionista, pues él mismo los restauró.
En relación con la idea de que lo pasado fue mejor, Ernesto Ramos opina que lo de antes lo hacían para durar toda la vida, “ahora todo es desechable, antes duraban 100 años, vea”, y señaló una lavadora de los años cuarenta funcionando al cien, al igual que un calentador de resistencia para habitación del año 1900.
De igual manera, destaca un aparato de oftalmología de 1900 que se encuentra en la entrada de la tienda, una cámara fotográfica de estudio de 1940 y una máquina Oliver de 1920.
Antigüedades serán para mis hijas: Ernesto
El señor Ernesto contó que sigue trabajando el oficio de la soldadura para no olvidarlo, pero sin duda ahora su vida son las antigüedades, limpiarlas, desempolvarlas, restaurarlas, “eso es lo que me da de comer”, expresó.
Él no compra piezas, solo las vende. Ha visitado muchas otras tiendas en el país, “me han gustado miles de piezas, pero luego no me alcanza el dinero”. Sostuvo que las antigüedades son caras para vender y comprar, pero lo vale.
A sus hijas ha dicho: “El día que ya no viva, esto es para ustedes, y si no, véndanlo, yo ya lo disfruté, pero si les gusta, se les va a quedar, yo no me voy a llevar nada”, concluyó el anticuario.
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