Tamia, el universo, (Katakana editores) es la novela compleja de Roberto Ramírez, situada entre 2013 y 2065, en un mundo donde los escritores de renombre tienen otro destino.
Tamia se encuentra en una época donde Mario Vargas Llosa murió a una edad temprana, Gabriel García Márquez vaga sin rumbo y Andrés Caicedo sigue vivo; todo en Ecuador, un país subyugado bajo la dictadura de Juan Martín Silva.
“No es autobiográfico, pero sí compartimos muchas cosas, el mismo cumpleaños con Tamia. Cuando la escribí sí la sentí cercana, pero quizá lo más lindo es que como que a partir de la escritura de esta novela me pude deshacer bastante de esa timidez o de esa incapacidad que tiene ella para socializar. Tamia es un libro del futuro sobre el futuro”, expresó el autor.
Ese viaje en espacio y tiempo que se conjuga con la fantasía o el realismo mágico latinoamericano está presente en el libro, sueños y realidades de una escritora que se encierra por meses sin contacto con la humanidad, una mujer que huye del amor y de la fama, pero que por su obra literaria alcanza ventas increíbles de sus libros.
Tamia toma la escritura incluso para derribar mitos, es decir, Ramírez llega a criticar el trabajo de las llamadas “vacas sagradas” de la literatura mundial, y la protagonista parece leer la mente del autor, critica a uno de los escritores considerado el dios de las letras justo en una presentación del libro.
“Ese realismo mágico, esa fantasía latinoamericana se retoma mucho, no sé si es que ya se trae en el ADN de los escritores de latinoamericana toda esta fantasía. Me dejé ir nomás y fue inventarme todo un mundo que prácticamente es como una línea temporal alterna paralela.
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“Entonces me tocó sentarme y mezclar de la historia de todo un poco, o sea, historia, literatura y por lo tanto vida y claro, lo inventé desde el pasado, desde la Guerra Fría y terminé inventándolo hasta el futuro porque termina hablando del futuro y la obra se instala, digamos, en esta tradición de las novelas universo”, detalla el autor.
Anteriormente se mencionó la crítica a los autores considerados intocables en el mundo editorial y en el libro de Ramírez se rompen las reglas, es un espacio para decir que la literatura del pasado es excelente, pero ahora hay jóvenes que también pueden revolucionar la escritura.
“De alguna forma es un ajuste de cuentas, por supuesto mi escritor ficticio no, pero esa era precisamente la idea de que Tamia no iba a estar venerando a las “vacas sagradas” de la literatura, sino más bien intentar construir la literatura desde un punto de vista de no respeto.
“Cuando doy clases, soy docente en la Universidad de las Artes acá en Guayaquil, Ecuador; entonces cuando les hablo a los alumnos de literatura les propongo que vayan a los textos canónicos, pero que lo hagan sin tanto respeto y para encontrarle los lados flacos a los autores de tradición. Creo que pueden aprender mucho más a cuando va con una posición muy callada o sumisa y veneran al autor”.
Resalta a Tamia como una mujer que, aunque termina de alguna forma su proyecto no se le hace suficiente y siente frustración al no ver reflejado lo que tiene en mente.
La protagonista no se queda conforme y el autor responde que esa era una parte especial, la ambición de Tamia.
“Está bien, leamos a los clásicos latinoamericanos, un Gabriel García Márquez, un Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Octavio Paz, pero también decir que esos ya están en el pasado y el presente somos nosotros, los jóvenes, los nuevos escritores. Está bien que se respeta la literatura de ellos, pero también presta atención a lo nuevo que hay.
“Todo el lector debería estar atento siempre con un ojo, digamos, en lo que publican las grandes editoriales, que no hay nada de malo por supuesto, pero como que deben de tener un ojito en lo más pequeño también. Creo que sobre todo cuando se va hacia las editoriales independientes se pueden conseguir joyas”.
El escritor cuenta que este libro surgió de esa afición de poder jugar con la literatura, y lo considera “un juego casi de cómic”.
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Para darle vida se inspiró, por decirlo así, en El hombre en el castillo una ucronía en que Philip K. Dick plantea un Estados Unidos controlado por Alemania y Japón, luego de que la Segunda Guerra Mundial fue ganada por las fuerzas del Eje.
“Lo que me movía era descubrir qué hubiese pasado con la literatura latinoamericana si durante la Guerra fría habría sido más fuerte la presencia de la Unión Soviética en nuestra región”.
Por eso Tamia Torres, revisa las novelas que se escribían durante este periodo. Escribe una nueva versión de la historia: altera hechos, lugares y personajes.
“Tamia termina haciendo una obra que quizás ningún hombre ha logrado hacer. Logra que la memoria humana permanezca por siempre, y se descubre a sí misma con el tiempo”.
Tamia combate el olvido, se inspira en su recuerdo más grande, Aída, su abuela.
“La idea es que a partir de su muerte quiere dar cuenta en su obra de ella para que no se la olvide y no se le olvide a la humanidad.
“A medida que pasa la novela se va dando cuenta de cuán fácil va a ser esta tarea de no permitir que alguien olvide a alguien…”.
Para Ramírez la novela trata sobre la memoria, las ganas que el ser humano tiene de que no lo olviden.
Tamia es la líder femenina en la obra, la que representa la fuerza de la mujer.
“Si es que la Unión Soviética tenía mayor supremacía en Latinoamérica, ¿habría sido más inclusivo con el género femenino? La respuesta es que no (…) las dictaduras quieren aplastar cualquier idea progresista”, asegura Ramírez.
El nombre de Tamia fue elegido principalmente por un tema de gustos.
“Tamia me parecía un nombre muy simpático, muy melancólico, porque significa lluvia. Me parecía bonito dotarle de ese rasgo”, dice.
El libro lo terminó de escribir en seis meses.
“Los primeros tres meses me la gocé mucho, y los segundos tres, me deprimí bastante…me absorbía lo que estaba narrando…y eso de cierta forma le dio una dimensión que no había planeado, porque le dio a mi personaje una dimensión profundamente humana”, declaró.
Roberto Ramírez, es docente de la Escuela de Literatura de la Universidad de las Artes y lo señalan como una de las nuevas voces ecuatorianas con mayor resonancia del continente.
Publica en Ecuador, México y Colombia. Es autor de La ruta de las imprentas (2012), No somos tu clase de gente (2018), que ganó el Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit, y Evangelio del detective formidable (2021).
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