Podemos o no estar de acuerdo en cómo ha sucedido la historia, pero, relativamente, lo que dice el investigador Rafael Gustavo Miranda Delgado, en uno de sus trabajos académicos es cierto: “México, en comparación con otros países de América Latina, ha tenido un sistema político estable. A principios del Siglo XX con el régimen del General Porfirio Díaz (1876–1910) ya se había centralizado el poder pero se instauró, como en gran parte de Latinoamérica, un régimen dictatorial y oligárquico. La Revolución Mexicana (1910 – 1917) significó una ruptura violenta con este régimen. Porfirio Díaz fue derrocado en 1911 y ese mismo año se realizaron elecciones siendo electo Francisco Madero, pero dos años después fue derrocado y asesinado en un golpe de estado.
Durante la Revolución se sucedieron en el poder distintos actores militares interrumpidos por asesinatos a los jefes de gobierno en 1920 y 1929. Luego de este último, la élite política creó un sistema de partido único que al poco tiempo tuvo la legitimidad de una reforma agraria y de la Constitución de 1917 que promulgó la regulación de la tenencia de tierras, derechos a los trabajadores, educación gratuita, nacionalización de los recursos naturales y la prohibición de la reelección presidencial.
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Para la década de 1940 el sistema político mexicano contaba con una importante legitimidad en las masas, había resuelto el problema de las sucesiones presidenciales y el pretorianismo”, sin embargo, a partir de los cincuentas del siglo pasado, las siguientes décadas se presentaron como un continuo declive. La búsqueda del interés colectivo fue sepultada por los intereses particulares. La riqueza del país se fue transfiriendo paulatinamente a una cúpula de personas. El hartazgo de la gente provocó la atomización de las preferencias electorales y el establecimiento de un sistema de partidos.
Regreso a Miranda Delgado, cuando apunto que “la historia empírica contemporánea de la democratización se puede entender como la del desarrollo de los partidos, sus sistemas y su legitimación. Los partidos en la oposición también son fundamentales para la democracia ya que demandan a los gobernantes una rendición de cuentas que garantiza a la sociedad civil mecanismos efectivos para mantener el control sobre las instituciones políticas y que los gobernantes respondan por sus acciones u omisiones”.
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Este breviario sirve para pensar en lo experimentado recientemente en el otrora partido hegemónico de México, lo cual es para analizarse, pues ellos, sus militantes, fueron origen y destino de su instituto político. A la vera del tiempo, son los individualismos y la búsqueda del poder por el poder los que les mantuvieron unidos al concepto de revolución institucional y son, esos mismos intereses personales, quienes hoy lo han dinamitado. ¿Qué ocurrirá en 2024 con los verdaderos liderazgos que aún prevalecen y que orbitan alrededor de otros partidos políticos? ¿Terminarán intentando subirse al tren de la transformación? ¿Se configurarán como opciones “ciudadanas”? ¿Quién les creerá cuando toquen las puertas de la gente para pedir el voto? ¿Se retirarán a sus hogares a vivir del recuerdo de haber sido la opción del pueblo?
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