En sentido estricto no son novelas ni cuentos, pero todas, de manera abierta o inconsciente, pasarían por serlo. ¿Qué intelectualón, culturoide, artistilla, politicastro o simple mesías, llámese Juan de las Pitas o Perico de los Palotes, no cede al caprichito de contarnos su vida en un libro de estilo novelesco disfrazado de memorias, escrito de su puño y letra o mandado hacer? Lo importante es que sea un rollo de hechos medio creíbles, comprobables o no, redactado en primerísima persona del singular y en pretérito, pero empleando siempre este tiempo verbal para justificar el presente pluscuamperfecto al que venturosamente arribó —por méritos propios, faltaba más— la persona autobiografiada.
Podemos leerlo por genuino interés de acercarnos al conocimiento de otro yo. O para entender su modo de actuar. O porque requerimos información directa suya, inaccesible en otros medios. También, quién lo duda, como chisme o por morbo. En cualquier caso, se vale cuestionarnos su sinceridad o su apego a lo realmente acontecido, con mayor razón si no hay quién pueda, ya no digamos desdecir, sino al menos matizar lo publicado ahí como verdad absoluta. Desde este punto de vista, igual se parece a una novela o un cuento.
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¿Qué implica el acto de escribir y mandar imprimir nuestra autobiografía? ¿Catarsis? ¿Egolatría? ¿Legado a los hijos? ¿Trampolín político? ¿Fuente histórica?… Me imagino que todo ello y mucho más. Porque a ninguna puede calificársele de aséptica ni de inocua. Porque a veces, en lugar de echar tierra a un asunto, arroja sal a la herida. Porque a fin de cuentas, quiérase o no, refleja un solo punto de vista, un enfoque único: el de quien funge como protagonista, no el de los demás personajes implicados. O dicho de forma coloquial, muy a nuestra jerga mexicana: un libro de contentillo.
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¿Y yo qué pitos toco en este magno desfile de fanfarrias? Nada. Entre mis planes de producción literaria no está, ni de chiste, el autobiográfico. Si así fuese, quizá me sucedería como la declaración de Silvestre Lanza que alguna vez pepené de un periódico y la trascribí en mi libreta de citas: “La mejor autobiografía es mostrarse la lengua ante un espejo”.
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