En medio de tanto ruido

La vida nacional está agitada al extremo de una riesgosa descomposición. Sin catastrofismo, al menos con preocupación, concluimos los días con saldos negativos, hasta el hartazgo de malas noticias, debates insulsos y hasta exhibiciones grotescas de la peor política.  

Nos invade el absurdo cuando debiera campear la seriedad del debate. Al espectáculo callejero se llevan las diferencias. El ataque vulgar a la autoridad, desde la autoridad, rebasa los límites de la permisibilidad política llega a colocar en riesgo a las instituciones y sus integrantes mediante el agravio más vulgar. 

Exhibiciones como las del fin semana a las puertas de la Suprema Corte de Justicia, lastiman al Estado democrático de Derecho al tiempo de mostrar la falta de imaginación e inteligencia – por decir lo menos – de quien detenta el poder público en una importante región del país.  

A nadie debe espantar la diferencia y hasta la descalificación en las decisiones de un tribunal. Muy otra es la forma de expresarla, ya sea por las vías establecidas en las mismas leyes, o bien por otras no reñidas con la civilidad, condición obligada en el ejercicio del mandato público.  

Jurídica, política y socialmente, en lo nacional como en las regiones,  hay muchos frentes abiertos. La misma naturaleza parece protestar por las agresiones infligidas en nombre del progreso. Mientras invadimos cavernas del subsuelo acuoso, el volcánico nos responde con exhalaciones  candentes. 

Así estamos acelerando una nueva historia, narrada minuto a minuto en redes sociales, documentada en decisiones oficiales – administrativas, jurisdiccionales y legislativas –  observada y analizada desde la academia y los medios de comunicación;  y muy probablemente ajena a la gran masa ocupada en la subsistencia elemental. 

El principio de separación de Poderes trastocado en enfrentamiento; la sucesión presidencial condicionante de la vida pública en todas partes de la República;  la violencia incontenible dentro de los hogares como en los espacios públicos; el fenómeno migratorio, confirmación de la incapacidad para gestionar el respeto a los derechos humanos en el servicio público; expropiaciones en modo pasajero; triunfos deportivos internacionales contaminados por la falta de oficio en la conducción de la política deportiva; los diálogos privados luego públicos con carácter de amenaza; bueno, hasta el Ahuehuete del Paseo de la Reforma, llaman nuestra atención. 

Sumados, esos elementos conforman el complejo escenario del momento nacional. En cada uno hay nombres y responsabilidades, advertencias y errores, excusas y honestidad intelectual, temporalidad y consecuencias. Hoy aparentemente solo producen ruido, mañana no sabemos.      

Lo menos conveniente es acostumbrarnos a tanto ruido sin atender la causa ni prever el daño. Demos atención al origen, el ruido contamina el ambiente y más: lesiona al oído. Algún día terminará, si hasta entonces esperamos para  atenderlo, quizá ya padezcamos sordera.  

No me atrevo a calificar de inédita la situación. A lo largo de nuestro siglo XX  hubo crisis similares y de proporciones mayúsculas. Sí puedo advertirla imprevista en mi horizonte. Después de casi medio siglo de conciencia y capacidad de observar la evolución mexicana con sus simas y cimas, ésta la imaginaba en diferente tono, intensa pero menos estridente, profunda, no atropellada, ordenada y propositiva.             

La historia registra éxitos y fracasos. Apostemos por los primeros, evitemos los segundos.