La vida que sopla poesía

Todo inicia con un baile en que la voz poética, sola en apariencia, va recreando un amplio universo de afectos y amores, de memorias que se amplían en grandes ventanas que transparentan los senderos que presentan los avatares de la vida de un padre, que acompaña al ritmo de canciones y bailes verbales, envuelto en la cáscara maderosa de la muerte, donde dice: “Ya no escucho el vaivén de tu cuerpo, sino el oleaje que recorre la casa y el crujir de unos huesos moderando el paso, deteniendo la mano crispada de amargura ante el advenimiento de lo irrevocable”.  

Es la sensación a cada paso de los versos en que la muerte combina su red de recuerdos y vivencias, y así, la memoria teje, una vez que se ha vivido la muerte y esto solo pueden contarlo los sobrevivientes. 

Dicen que la memoria tiene por lo menos dos expresiones: por una parte, conecta el presente con el pasado, y así se sostiene la mirada hacia el futuro y se va moviendo, articulando, de alguna forma, los cimientos de una esperanza. Y los movimientos en el poemario siguen en su baile de dar rondas alrededor de las vidas y la existencia paterna, que: “Bailo y mis pasos se dirigen hacia la bruma que dejara tu exhalación dormida. Tu morada permanece inalterable/ como si el huracán devastador no hubiera azotado tu puerta;/ como si la noche no hubiera, nunca, penetrado por ella; como si el invierno, loco, hubiera llegado solamente una breve temporada”. 

Te recomendamos: Llega al Teatro Bartolomé de Medina el concierto de Jorge Lechuga

Este poema largo, en el poemario, se va deshilando y al mismo tiempo teje los momentos que forman el mundo de los recuerdos amorosos, la simplicidad y lo complejo, la sensación impactante de la muerte y la pérdida, y todo rodeado por activos componentes de la vida; los recuerdos son los frutos en el árbol de la vida, es la muerte encerrada en la amplia burbuja de la existencia. En la música que acompaña, activa la despedida al padre, una despedida momentánea en que el giro del cuerpo: “Cuando me toca el turno, al deshojar mis claveles, murmuro tu canción de cuna, la misma que le cantara la madre de tu madre a tu madre, y luego tu madre a ti, y tú a mí, y yo a mis hijos y te doy el beso de despedida”. El baile de una sola termina para seguir enfrentando el afecto y los recuerdos. 

Y entramos, como buena canción, a lo que considero la segunda parte de Que es un soplo la vida, que se inaugura con una presencia del amor perdido pero recuperado, pues nos dice: “y escribiré tu nombre en una dedicatoria fugaz y clandestina que me lleve a pensar que no exististe nunca, sino en mi memoria, sino en la fragancia de un perfume pasajero que, aunque borre su olor, persiste en el recuerdo”. 

Entrando en el túnel poético encontramos la otra cara del afecto, de lo amoroso, de lo permanente, en la presencia de la madre, la cual es la afectiva representante del acercamiento a las canciones y la música popular. Nos encontramos con una serie de poemas que son dedicados a los amigos y amigas fallecidos, como ese momento en que la amistad se ve enturbiada, un poco dolorosamente por la muerte. Pero los recuerdos alegran la existencia de los que se fueron. 

Puedes leer: Comienza el Festival Musical Raíz México en Pachuca

En el camino se presenta un poema que nos cuenta sobre los que fueron secuestrados en un mundo enrarecido angustiosamente por la violencia y los desaparecidos; contradictoriamente, aparecen en ese inmenso y fronterizo espacio social que es Ciudad Juárez. Asimismo, los feminicidios, ese crimen atroz que forma parte de la cultura patriarcal y con el que se castiga a las mujeres que se salen de las premisas que les exige una obediencia ciega; se acerca al dolor personal al decir: “Simplemente, lloro; cuando me doy cuenta de mi impotencia; cuando me dicen que es absurdo llorar por nada, cuando me preguntan por qué lloro si estoy viva; cuando la vida pasa y todo es lloro”. 

El desgarrador viaje de sensaciones y pérdidas acompaña por las calles de esa ciudad que en su dureza subsiste, el poema se va cerrando y dice: “Juárez se yergue con los ojos de fiesta;/ con su luto a cuestas, sí,/ pero airosa, altiva y cashondona:/ con más fuerza se levanta/ con más ímpetu, más ganas de vivir y de mostrarse”. 

El poema se va cerrando en versos con los que se despide de sus amigos muy queridos, como Felipe Ehrenberg, José Dimayuga, Luis Zapata, Francesca Gargallo, Xhevdet Bajraj, y finaliza con David Huerta, en que “Como capullos,/ las magnolias arroparon nuestros cuerpos/ entre los acordes de su guitarra y mi voz/… Como capullos, nos abrigaron los cantos de los grillos/ y el fluir del viento de los ochenta… De los capullos solo quedaron los aromas. No era nuestro tiempo”. 

Así se va este poemario de nosotros. En Que es un soplo la vida, Rosina Conde nos dice que este soplo está pleno de amor, intensidades, dolor, denuncia de las injusticias, los brutales feminicidios, sensualidad y baile propio y colectivo. Que la memoria y los amigos son un eslabón inconfundible. Que la poesía acompaña la marcha persistente de la vida. 

Por Eduardo Mosches