Tan disruptivo el título del libro como su autor en el ambiente de la abogacía mexicana. Después de esa apreciación se agradece un texto breve -bastan unas horas para leerlo-, didácticamente estructurado y comprensible a la primera por el lenguaje claro de su escritura.
No es, según sugiere el título, invitación al desistimiento de elegir la profesión de la abogacía, al contrario, es un análisis riguroso de su actualidad, la fotografía digamos, útil para ver sus varios ángulos, entenderla, apreciar sus debilidades y, lo más importante: vislumbrar su futuro al valorarse la trascendencia social de su naturaleza.
Como el autor lo refiere, el objetivo de su análisis es “…antes que seguir justificando lo injustificable, instalados cómodamente en la inacción o divagando en quimeras, es impostergable pensar mejor sobre cuál es el rol de las personas que ejercen la abogacía en nuestros contextos, sobre la forma como las futuras generaciones de abogados pueden ayudar a resolver los problemas sociales y así ir conformando un mejor gremio […] que no esté integrado por autómatas ni holgazanes, que no sea machista ni tampoco ruin y despreciable, que no sea mentiroso y que no viva de las apariencias ni de viejas glorias, que no desatienda su contexto, que no hable raro, que no le tenga miedo al futuro.”
Dividido en dos partes, la primera, en apenas media centena de páginas, exhibe en siete estampas la actualidad de la abogacía: la exagerada proliferación de la oferta educativa para obtener el título y la falta de alicientes para estudiar la disciplina; la característica conservadora de la profesión; su mala fama; una estética caracterizada por trajes y togas, y condiciones más profundas, machismo y clasismo, por ejemplo; el “raro y difícil” lenguaje utilizado; la insatisfacción e infelicidad del gremio y, la compleja adaptación a la técnica y la tecnología.
Juan Jesús Garza Onofre nos colocó frente al espejo, invitación a “conocernos a nosotros mismos y aceptar nuestras miserias y nuestros errores para saber que somos un gremio conformado por personas que cambian pero, al mismo tiempo, permanecen ancladas a ciertos vicios y problemas estructurales.”
Se podrá coincidir o disentir de apreciaciones y juicios, en cualquier caso es interesante leerlo, advertida la “vocación crítica y corrosiva” sin ser “pesimista ni apocalíptica”, en la introducción.
En la segunda parte insiste: “Una cosa es memorizar reglas, aprender lenguajes extraños, hacer relaciones públicas, aparentar por medio de disfraces, sortear problemas a partir de inmortalidades, trampas y chapuzas…y otra cosa muy distinta es comprender las significativas responsabilidades sociales que implica esa profesión.”
Sigue la “vocación constructiva”: estudiar Derecho, no leyes, para ejercer una abogacía fuera de serie; alcanzar una educación integral; superar formalismos, protocolos, rituales y lenguaje jurídico incomprensible; dar otro sentido al Derecho; evitar la deshumanización del avance tecnológico.
Al concluir, el abogado, maestro en Derechos Humanos y doctor en Filosofía del Derecho, advierte el cambio de prácticas y formas de aproximarse al Derecho por crisis y transformaciones tecnológicas. Propone “…hacer más, como gremio y como sociedad, tomarnos en serio el lugar que nos corresponde y evitar una inconciencia colectiva.”
Además de No estudies derecho. Una revisión a la función social de los abogados. (Taurus, 2023) sugiero del mismo autor “Entre abogados te veas” (Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, 2020).