“La lengua griega tiene una palabra para describir su obsesión: pothos. Es el deseo de lo ausente o lo inalcanzable, un deseo que hace sufrir porque es imposible de calmar. Nombra al desasosiego de los enamorados no correspondidos y también la angustia del duelo, cuando añoramos de manera insoportable a una persona muerta. Alejandro no encontraba reposo en sus ansias de ir siempre más allá para escapar al aburrimiento y la mediocridad. Todavía no había cumplido treinta años y empezaba a temer que el mundo no sería lo suficientemente grande para él. ¿Qué haría si un día se acabaran los territorios para conquistar?”, este pasaje de Irene Vallejo, contenido en el libro “El infinito en un junco” me hace pensar en lo que apuntaba Luciano Lutereau en su artículo académico “La respuesta narcisista. Modelos freudianos del dolor”, cuando apunta: “pueden reconocerse cuatro modelos a los que Freud apela para tratar de examinar el estatuto del dolor: a) El dolor orgánico o físico. Secundariamente, Freud lo utiliza para explicar algo de lo que podría ser el dolor anímico o psíquico; b) El dolor de existir, que se puede encontrar en los planteos de “El malestar en la cultura”, en tanto algo propio de un dolor por la infelicidad estructural ¾se puede pensar como un dolor relacionado con la pérdida de objeto de la “supuesta” satisfacción¾; c) El dolor por sobreexcitación sexual, por una carga que sobrepasa los límites tolerables; d) El dolor masoquista ¾en el masoquismo hay claramente una posición del sujeto frente al Otro con la aspiración de obtener un placer en el dolor¾”.
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En ambos casos, el del pothos como en los modelos manifestados por Freud, es el deseo de lo que está ausente lo que nos conduce al sufrimiento, al dolor, a la muerte; ergo, es la añoranza quien conduce a la insatisfacción, a la infelicidad.
Carey K. Morewedge, investigador de la Universidad Carnegie Mellon realizó un estudio de porqué es común experimentar una extraña sensación subjetiva de que cualquier cosa, por el mero hecho de ser de nuestro pasado, ya es mejor que otra similar, pero del presente. Una de las vertientes de la investigación determinó que “Los participantes en su estudio, como era previsible, parecían sentir más agrado por cualquier película o serie de su pasado, que por cualquier otra de la época actual. Sin embargo, los resultados de los experimentos también denotaron una fuerte influencia ejercida por un filtro en la memoria: Lo bueno tiende a ser recordado, y lo malo tiende a ser olvidado. Del pasado, tenemos más en mente lo bueno, mientras que del presente tenemos en mente tanto lo bueno como lo malo. El resultado es que el pasado, si no hay en él referencias negativas claras, tiende a parecernos mejor que el presente”.
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Empero, la única constante en el planeta es el tiempo que nos sucede sin detenerse. Sobre esa línea crítica de la existencia humana, la elección de vivir añorando el pasado por la felicidad que nos determinó, o bien, vivir sufriendo el presente por el dolor que el pasado nos marcó, es un camino personal e intransferible. Permanecer en el recuerdo o avanzar sin temor a un nuevo sitio es nuestra determinación. Ahora bien, siendo esta la primera semana de un nuevo año, deberíamos preguntarnos ¿A dónde queremos llevar nuestros pensamientos y nuestras acciones?