Desde el génesis llevamos el estigma de existir cumpliendo una lista: naces, creces, te reproduces (o no), mueres. Como lo escribía Tallón: “ni en las peores circunstancias las personas dejamos de elaborar listas. Es una maniobra primaria. Naces, creces, follas —a poca suerte que tengas—, haces listas, mueres. En el fondo, la vida son unos pocos verbos separados por comas y, muchas veces, mala letra. Es decir, la vida es una lista….La lista es el detalle acariciado, suficientemente importante, específico y hermoso como para no desear perderlo de vista y dejarlo por escrito, en columnas, o separado por comas. La gente adora hacer listas. Pero sobre todo, la gente necesita hacerlas. Cualquier manual de autoayuda, encaminado a auparte al éxito, o a salvarte del suicidio, parte de una regla primaria: “Haga una lista”. Todo mejorará a continuación. La enumeración tiene que ver con el orden, es decir, tiene que ver con el sistema defensivo del que nos dotamos para neutralizar el avance del caos.
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He abierto el procesador de textos para entrar a un documento y prepararme para afrontar las palabras que precedieron este instante en que escribo, al igual que si hiciera una lista. Los pasos siempre nos conducen a un camino que ha sido nombrado, enlistado. Desde que iniciamos el periplo, contábamos con la certeza de estructurar nuestra vida en el eslabón de una cadena que nos llevaría, ya fuese trazada por nuestros progenitores ó por el entorno mismo, hasta un punto culmen en donde tendríamos que decidir por nosotros mismos para aumentar la secuencia de la lista o terminarla é iniciar otra. Sin embargo, siempre existe la esperanza, en este sentido recuerdo a Fadanelli, quien escribía “se tienen esperanzas porque de otra forma es pesado y sufriente seguir en el camino, cualquiera que éste sea. Incluso los pesimistas más herméticos e insobornables guardan en su ánimo alguna débil ilusión, como la de morir tranquilamente, o la de tomar una buena botella de vino sin escuchar el ruido o escándalo que causa el ritmo frenético con que la humanidad se anuncia a cada momento. Entre los conocidos desplantes que Diógenes, el perro, practicaba para excluirse o mofarse de la sociedad ateniense de su época, el más famoso es el que incluye a Alejandro de Macedonia. Cuando el soberano, atraído por la fama del filósofo, lo busca en la plaza pública con el propósito de conocerlo y cumplirle sus deseos, Diógenes sólo le pide que se haga a un lado y no le prive de los rayos del sol. La esperanza de descansar y disfrutar del sol tirado en una plaza no es poca cosa si se pone en la mira la calidad de nuestros deseos o aspiraciones comunes de fama o dinero. Es posible que los discípulos de Diógenes hayan exagerado a la hora de narrar las virtudes de su maestro. Sobre todo, cuando extendieron el rumor de que el filósofo había muerto por decisión propia al sostener la respiración siendo ya un viejo nonagenario. Lo que deseo acentuar yo en esta página es el hecho de que incluso un filósofo ascético de tal envergadura guardaba para sí los restos de una esperanza individual capaz de ofrecerle placeres que, de tan humildes, llegaban a ser extraordinarios”, como excepcional es la posibilidad de crear una lista, la lista de nuestros días. Los días de un año nuevo que nace con el espíritu de miles de posibilidades.