DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Silencio

Mediante el lenguaje, el ser humano se exterioriza y se da al otro, creando no solo la esfera del yo, sino el ámbito del nosotros. El lenguaje crea un puente entre los seres humanos, crea una unidad y una relación porque es presencia y eternidad. Para el filósofo suizo Max Picad, el lenguaje y el silencio representan, como relación, la estructura metafísica de la realidad, tienen una validez eterna y, a la vez, fundamentan antropológicamente nuestro modo de ser. El asombro ante su propio ser hace que el ser humano sea el único consciente de la presencia dentro de sí mismo de algo que lo supera y que a veces es incomunicable. Ante su propia inteligibilidad, el lenguaje se retira y da lugar al silencio. Esto significa que el desenvolvimiento del ser humano, su propia subjetividad, está en relación con la objetividad de lo invisible (silencio y lenguaje).

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“He llegado tarde a todo. Nadie me cree cuando lo digo, pero es cierto. He llegado tarde a todo, incluso a aquello que tenía que escribir. Ya antes alguien lo había dicho mejor que yo, tantas veces. Y yo he tenido que venir a repetirlo, y mal. Lo he hecho porque sé que el hombre es un desmemoriado. Pronto se olvida de su historia, de su país, de sus manos, de todo. Por eso hay que recordar las cosas todos los días, escribirlas nuevamente desde el principio, aunque ya sepamos (lo sepamos con desgana) que hemos llegado tarde a ellas, como yo ahora que lo digo. Me pesa, es cierto, y qué se le va a hacer. Qué diferente habría sido haber escrito el primer zumbido de abeja, aquella flor abriéndose, el mar golpeado por los remos de una barca que naufraga, un árbol quebrándose, y cayendo. Ahora mismo, incluso, nadie me lee… Mi escritura no tiene espalda y eso, al menos, le hace menos dolorosa la caída”, este texto de Rogelio Guedea, lo encuentro muy emparentado con un poema de Caballero Bonald que se llama “La botella vacía se parece a mi alma”, donde los versos se desprenden en cascada diciendo: “Solícito el silencio se desliza/por la mesa nocturna,/rebasa el irrisorio contenido del vaso./No beberé ya más hasta tan tarde./Otra vez soy el tiempo que me queda./ Detrás de la penumbra/yace un cuerpo desnudo/ y hay un chorro de música insidiosa/ disgregando las burbujas del vidrio./ Tan distante como mi juventud,/ pernocta entre los muebles el amorfo,/ el tenaz y oxidado material del deseo./ Qué aviso más penúltimo/ amagando en las puertas,/ los grifos, las cortinas./ Qué terror de repente de los timbres./ La botella vacía se parece a mi alma./ Por las ventanas, por los ojos/ de cerraduras y raíces,/ por orificios y rendijas/ y por debajo de las puertas,/ entra la noche”. Ahora todo se consume como se hacen las mejores declaratorias de intenciones. Todo se resume a ese instante en que el tiempo se apoltrona, las secuencias de la existencia se exhiben en slow motion, acumulando en las partículas del aire la razón de lo más hermoso del universo: el silencio.