…“vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas”, escribió Octavio Paz. Estos versos sirven para definir ambos filos del mar de la vida ideológica del cual hemos abrevado. La mexicanidad de la que estamos orgullosos se resume en la exaltación de la muerte en la celebración de la vida. Recordar y vivir. Experimentar, sentir y después, encapsular en los gustos y el placer de los deudos lo que, en un futuro, cuando hayan emigrado de la tierra, significará el regreso cada año.
Todas las muertes son prematuras, pues nadie está preparado para que sucedan. Preguntar sobre el motivo de la muerte de un ser querido es prepararse para recibir el dolor como respuesta. Nos duele la muerte porque desearíamos que no ocurriera. A pesar de la resignación, siempre vivirá en nosotros el reproche de que los nuestros no debieron irse tan pronto, que tal vez, otro pudo ser su destino, que quizá podrían haberse quedado más tiempo. El dolor nos hace egoístas y ciegos.
Sigue leyendo: Otro tiempo
Por eso, cada noviembre, las fiestas y sus ánimos de honrar la memoria nos llenan de contradicciones, aunque también podrían servirnos para reflexionar sobre qué tenemos que hacer para permanecer el mayor tiempo posible en el mundo de los vivos. Si partimos, por ejemplo, de la respuesta a la pregunta ¿De qué mueren los mexicanos? sabríamos que antes de que la pandemia se manifestara, esta pregunta era respondida por una frase que duele en su significado: la mayoría de las causas de muerte en nuestro país son las enfermedades prevenibles.
Me explico, según el Instituto Nacional de Salud Pública: “en la población general, la principal causa de muerte fueron las enfermedades del corazón (20.1%), seguida de diabetes (15.2%), tumores malignos (12%), enfermedades del hígado (5.5%) y accidentes (5.2%). En los adultos, las cinco primeras causas de muerte en hombres fueron las enfermedades del corazón (20.1%), diabetes (14.1%), tumores malignos (10.8%), enfermedades del hígado (7.6%) y homicidios (7.3%). Por otro lado, la muerte en mujeres se debió principalmente a enfermedades del corazón (22.7%), diabetes (18.6%), tumores malignos (14.5%), enfermedades cerebrovasculares (6.1%) y enfermedades pulmonares obstructivas crónicas (3.8%). La muerte en niños menores de 15 años se debió, en primer lugar, a afecciones originadas en el periodo postnatal (35.9%), seguidas de malformaciones congénitas (21%), accidentes (9.3%), neumonía e influenza (4.2%), y tumores malignos (4.2%).”
Te recomendamos: De historia y palabras
Independientemente del motivo y de quién sea el difunto, el dedo de la muerte toca la sien de su víctima con el mismo peso y rigor, de igual manera, la fuerza del olvido persiste sobre los días, salvo que el recuerdo permanezca sobre los más cercanos. Así, en cada individuo recae la responsabilidad de sostenerse en el pie de la memoria. Son nuestros actos cotidianos, nuestro ejercicio diario de cohabitar el mundo de forma consciente y sin aprovecharse del prójimo y el próximo. La vida y la muerte no se deslindan con la desaparición física, más allá de la vida pervive la senda de quiénes fuimos y cómo nos comportamos. En nosotros está escribir esa historia.