Una de las principales herencias de la pandemia, que aún persiste en nuestro planeta, ha sido el cambio de la normalidad. Pasamos de estar presentes físicamente al aislamiento y después, del aislamiento a la vida híbrida. El consumo de bienes y servicios, las relaciones humanas, todo ha cambiado y hoy oscila entre la presencialidad y lo virtual. Quizá por ello, el centro de atención del pensamiento y la acción en el siglo XXI esté en este nuevo dintel de experiencias.
Michael G. Moore es el artífice de la teoría de la distancia transaccional, la cual afirma que “los diferentes programas educativos se pueden diferenciar según el grado existente de estructura, la cantidad de control ejercida por el formado o la institución educativa y el diálogo o la cantidad de control ejercida por el alumno. Resultando así que éstos son los factores que definen el campo: A mayor estructura, se produce un aumento de la distancia, mientras que a mayor diálogo menor distancia. Por lo tanto, la educación a distancia no está definida por la separación geográfica entre el profesor y el alumno, sino por la cantidad de diálogo y estructura existentes. En otras palabras, el docente y el grupo de alumnos pueden estar distantes si no hay diálogo, aunque se encuentran bajo el mismo techo”.
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En febrero de 2015 a Oliver Sacks le informaron que le quedaban seis meses de vida. En consecuencia, a esta noticia, el profesor de neurología que transformó la narrativa médica de nuestro tiempo publicó una serie de ensayos donde se reconciliaba con el mundo; uno de estos ensayos fue: “De mi propia vida”, donde apunta: “En los últimos días he sido capaz de ver mi vida desde una gran altura, como si fuera un paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de que todas sus partes están conectadas. Aunque eso no significa que ya no quiera saber nada de la vida. Por el contrario, me siento intensamente vivo, y quiero y espero, en el tiempo que me queda, estrechar a mis amistades, despedirme de aquellos que amo, escribir más, viajar si tengo fuerzas y ser capaz de comprender y conocer más y mejor. Para ello hará falta audacia, claridad y llamar a las cosas por su nombre; intentaré saldar cuentas con el mundo. Pero también habrá tiempo para divertirse (e incluso para hacer un poco el tonto). De repente veo las cosas con claridad y perspectiva. No queda tiempo para lo superfluo. Debo concentrarme en mí mismo, en mi trabajo y mis amigos. Ya no veré cada noche el noticiero de televisión. Ya no prestaré atención a los políticos ni a los debates sobre el calentamiento global. No se trata de indiferencia, sino de distancia”.
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Ahora bien, las palabras se Sacks y la teoría de Moore encajan perfecto cuando pienso en que al igual que lo hacemos en el ágora de la web, existe en el alejamiento personal y en la cercanía virtual, la posibilidad de estrechar nuestros corazones, pues no se trata de indiferencia, sino de distancia, y en ocasiones, desde la distancia, pero con la cercanía de saberse presente, a veces uno ve más, hace más, y por consecuencia, tiene mejores acciones.