La nostalgia no es destino, aunque en ocasiones, así pareciera. La nostalgia es un viaje imposible de volver a experimentarse, pero posible de revivirse en la base del deseo de ser eso que fuimos. Imágenes, instantes, reminiscencias, resonancias de nuestra única e irrepetible narrativa del ser. E. M. Cioran escribió alguna vez que “Los únicos acontecimientos importantes de una vida son las rupturas. Ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria”. Romper con el pasado y edificar un futuro es también una forma de permanecer siendo.
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César Alberto Pineda escribe en su artículo, “Nostalgia y melancolía en Heidegger: la cuestión del “Enteignis” que: “Un par de años antes, en Ser y tiempo, cuando Heidegger tematiza la angustia y el cuidado, hace notar que constantemente en la vida cotidiana huimos ante lo abierto y posibilitante de nuestro ser para encontrar refugio en el mundo familiar, en el que ya todo está resuelto; esto nos exime de la necesidad de encarar las posibilidades abiertas y angustiantes de nuestro ser. En medio de esta reflexión, el filósofo afirma: “El tranquilo y familiar estar-en-el-mundo es un modo de la desazón del Dasein, y no al revés. El no-estar-en-casa debe ser concebido ontológico-existencialmente como el fenómeno más originario”. En otras palabras, esa desazón (Unheimlichkeit en el texto alemán), la condición de no-estar-en-casa (Un-zuhause) es anterior a todo posible refugio en lo familiar, es el fondo originario de la forma de ser del hombre, pensado en tanto Dasein. ¿Por qué, a diferencia de otros entes, el hombre no está en casa? ¿Significa que otros entes están en casa? ¿En qué sentido?”.
Pienso en esto y en lo que puede representar nuestra ausencia presente en casa. En cómo permanecemos muchas horas lejos de ese primer metro y medio de seguridad que representa nuestro hogar. Atisbo a penas sobre el resultado de lo inmediato, donde el alud de actividades y obligaciones cotidianas puede sepultar los planes y el tiempo.
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Hayao Miyazaki promulgaba una premisa en “El viaje de Chihiro”, al manifestar que “nada de lo que sucede se olvida jamás, aunque nosotros no podamos recordarlo”. Esta máxima relaciona a la nostalgia con el deseo, de lo ocurrido y vivido a lo que recordamos y pudimos haber perdido por no haber estado ahí para experimentarlo. En su planteamiento ambivalente de significado, lo que plantea Miyazaki es también ejemplo de la contradicción humana. Cosas buenas ocurren y cosas no necesariamente buenas pasan.
Este pasaje me hace pensar en la capacidad de asombro que tiene mi hija (de dos años) para observar y disfrutar un video de Luli Pampín como si fuera una experiencia nueva cada vez que ocurre. La certeza que le otorga la familiaridad de saber qué sucederá es una cuestión de asombro y seguridad indescriptible. Ese acto también me conduce a preguntarme: ¿En qué momento dejamos de concebir a la cotidianidad como una fuente inagotable de nuevas experiencias? Por qué no regresar al disfrute de los pequeños instantes.