Probablemente los ecos del funeral de Estado de la reina Isabel II de Gran Bretaña resten presencia mediática al 21 de octubre, Día Internacional de la Paz proclamado, en 1981, por la Organización de la Naciones Unidas para conmemorar y fortalecer los ideales de paz en cada nación y cada pueblo, y entre ellos.
Sin embargo, dice la ONU, lograr la paz verdadera conlleva mucho más que deponer las armas. Req uiere –señala- la construcción de sociedades en las que todos sus miembros sientan que pueden desarrollarse. Implica la creación de un mundo en el que todas las personas sean tratadas con igualdad, independientemente de su raza.
Con esa visión, se determinó para el año 2022 el lema “Pon fin al racismo. Construye la paz”, con la convocatoria a empeñarse en hacer realidad un mundo libre de racismo y discriminación racial, donde la compasión y la empatía superen a la sospecha y el odio, un mundo del que podamos estar realmente orgullosos.
En este año, lamentablemente, la conmemoración tiene como telón de fondo la invasión de Ucrania, conflicto bélico de inesperado alargamiento, confirmación del ánimo permanente de la sinrazón en la humanidad, con sus tristes cargas de destrucción y tragedia.
Desde el pasado 24 de febrero, día a día, las imágenes de dolor y muerte se multiplicaron una y otra vez frente a las del fracaso político de organizaciones internacionales y líderes de las potencias. Poco a poco, el éxodo y las poblaciones atacadas mostraron con crudeza el dolor de la población obligada a huir de sus casas, o la espera en ellas de la devastación.
Los horrores de la guerra dejaron de ser historia, cobraron realidad, se intensifican cada jornada y permanecen ahí. Los sufren por igual personas ancianas, menores, nacionales y extranjeras, imposibilitadas de huir de los poblados y ciudades.
Tristemente hay otros horrores producto de la barbarie y la discriminación: hace unos días las redes de comunicación informaron de la muerte de Masha Amini, -una joven mujer iraní de 22 años, previamente arrestada por no usar debidamente el tradicional velo para cubrir su cabello-, ocasionada por la desproporción del trato policial.
Son dos caras de la alteración a la paz, de diversa proporción pero igual resultado. Una mediante el despliegue de la fuerza armada para atacar a una nación; la otra por la violencia generada contra la libertad de una mujer, alcanza la agresión de género.
En las recientes celebraciones por la independencia nacional, el presidente López Obrador lanzó vivas a la fraternidad universal y la paz y mueras al clasismo y el racismo, dos formas de discriminación, en la ceremonia del “Grito”; y adelantó la propuesta dirigida a la Asamblea General de la ONU, para detener la guerra en Ucrania y lograr una tregua de cuando menos cinco años entre todas las naciones, para evitar enfrentamientos y atender las prioridades del mundo, en su mensaje por la independencia nacional, al día siguiente.
Fechas y celebraciones aparte, la paz debe ser un valor permanente a mantener desde la convivencia familiar, en las diversas etapas de la educación y en todas las formas de la convivencia social.
La paz es frágil y volátil, no está consolidada. Por eso debemos construirla a diario y en todos los espacios, hacerla parte de nuestra vida democrática. No veamos lejano su resquebrajamiento, puede suceder al siguiente minuto en nuestro entorno más próximo. Es más, puede ser de nuestra autoría, un descuido sería suficiente.
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