Ante un Zócalo repleto tras dos años de restricciones por la pandemia de covid-19, el presidente Andrés Manuel López Obrador cambió los tradicionales “vivas” por las frases: “¡Muera la corrupción! ¡Muera el clasismo! Muera el racismo!”. Tras los “vivas” a la independencia nacional y a los iniciadores del movimiento insurgente en 1810, el mandatario añadió los tres “mueras”, para retomar y cerrar la ceremonia con tres “¡Viva México!”.
Los ríos de gente habían comenzado a ir y venir cuando la tarde era joven. La lluvia vespertina alejó a algunos, pero a las diez de la noche la plaza estaba repleta, las gradas bajo Palacio vacías y seguían entrando personas a montones. “Ya para qué si está lleno, ya no se puede pasar”, dijo un policía que, con sus compañeros, se había resignado a intentar que los hombres fueran por un lado y las mujeres por otro.
En una esquina de la Suprema Corte se aburrían Manuel Oropeza, Autoridad del Centro Histórico-así se llama el cargo-, y un par de colaboradores que pedían a los transeúntes dejar ahí los palos de sus banderas. “Todo muy tranquilo”, se limitó a decir el funcionario.
Faltaba entonces una hora para la ceremonia del Grito y la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, informaba que había 130 mil personas en el Zócalo. Y contando, diría cualquiera en medio de los empujones.
Poco antes de las nueve de la noche, Los Tigres del Norte se habían arrancado con su clásico Jefe de jefes, luego de una presentación en video en la que los músicos manifestaron su orgullo por tocar este día en la plaza mayor.
Quiso la casualidad que este mismo día se pospusiera la libertad domiciliaria del narcotraficante Miguel Ángel Félix Gallardo, a quien algunos consideran justo el jefe de jefes.
El Zócalo entero meneaba las caderas pero, a decir verdad, era más por los compases norteños que porque la raza presente se supiera el amplio repertorio de los Tigres (salvo, claro, sus piezas más famosas). Eso sí, la plaza se unió para entonar varios éxitos de Vicente Fernández.
Antes de la música, el Zócalo fue una romería. Familias enteras entraban y salían, compraban y lanzaban globos, se pintaban las caras de tres colores.
“¡Es un honor estar con Obrador!”, gritaban aquí y allá pequeños grupos, con chalecos guindas y mantas, algunos de ellos integrados por los congresistas de Morena que sesionarán este fin de semana.
No faltaron los tabasqueños que trajeron mantas de su presidenciable, Adán Augusto López.
Marcelo Ebrard aprovechó su encargo, y se promovió en la carrera sucesoria adelantada, sentado entre dos expresidentes, Pepe Mujica y Evo Morales. Se los llevó a comer a ese lugar sobrevalorado llamado La Ópera, donde les cantan México lindo y querido.
Y a Claudia Sheinbaum le trataron de empañar la fiesta. En redes sociales, Rosario Robles dijo que le daba gusto que los Tigres del Norte volvieran a estar en el zócalo, como cuando ella fue jefa de Gobierno.
Algunos muchachos lanzaron chiflidos, más por echar relajo que por protestar, pero pronto los opacaron las consignas de “¡Es un honor estar con Obrador!” Entonces apareció el presidente de la República en el balcón central, y los muchachos se sumaron a los vivas y mueras pese a que en esa porción del Zócalo, en el extremo cercano de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los altavoces fallaron y apenas se alcanzaban a escuchar las presidenciales arengas.
La enorme pantalla en la avenida Pino Suárez tampoco sirvió, de modo que las mexicanas y mexicanos ahí congregados no pudieron mirar al presidente cuando llegó al balcón acompañado sólo de su esposa, Beatriz Gutiérrez.
“¡Viva!”, gritaron, aunque escucharon a medias. Y “¡muera!”, cuando Andrés Manuel López Obrador añadió tres males al ritual del Grito de Independencia: “¡Muera la corrupción, muera el clasismo, muera el racismo, vivan los pueblos indígenas!”, cerró el presidente, y todo mundo se dispuso a mirar al cielo de la pirotecnia.
Los ríos de gente habían comenzado a ir y venir cuando la tarde era joven. La lluvia vespertina alejó a algunos, pero a las diez de la noche la plaza estaba repleta, las gradas bajo Palacio vacías y seguían entrando personas a montones. “Ya para qué si está lleno, ya no se puede pasar”, dijo un policía que, con sus compañeros, se había resignado a intentar que los hombres fueran por un lado y las mujeres por otro.
En una esquina de la Suprema Corte se aburrían Manuel Oropeza, Autoridad del Centro Histórico -así se llama el cargo-, y un par de colaboradores que pedían a los transeúntes dejar ahí los palos de sus banderas. “Todo muy tranquilo”, se limitó a decir el funcionario.
Faltaba entonces una hora para la ceremonia del Grito y la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, informaba que había 130 mil personas en el Zócalo. Y contando, diría cualquiera, en medio de los empujones.
Poco antes de las nueve de la noche, Los Tigres del Norte se habían arrancado con su clásico Jefe de jefes, luego de una presentación en video en la que los músicos manifestaron su orgullo por tocar este día en la plaza mayor.
Quiso la casualidad que este mismo día se pospusiera la libertad domiciliaria del narcotraficante Miguel Ángel Félix Gallardo, a quien algunos consideran justo el jefe de jefes.
El Zócalo entero meneaba las caderas pero, a decir verdad, era más por los compases norteños que porque la raza presente conociera las letras del amplio repertorio de los Tigres (salvo, claro, un par de sus piezas más famosas). Eso sí, la plaza se unió para entonar varios piezas que se hicieron famosas en la interpretación de Vicente Fernández.
Antes de la música, el Zócalo fue una romería. Familias enteras entraban y salían, compraban y lanzaban globos, se pintaban las caras de tres colores.
“¡Es un honor estar con Obrador!”, gritaban aquí y allá pequeños grupos, con chalecos guindas y mantas, algunos de ellos integrados por los congresistas de Morena que sesionarán este fin de semana.
No faltaron los tabasqueños que trajeron mantas de su presidenciable, Adán Augusto López.
Marcelo Ebrard aprovechó su encargo, y se promovió en la carrera sucesoria adelantada, sentado entre dos expresidentes, Pepe Mujica y Evo Morales. Se los llevó a comer a ese lugar sobrevalorado llamado La Ópera, donde les cantan México lindo y querido. Dos ex presidentes y el futuro presidente, se apresuraron a decir los partidarios del canciller en las redes sociales.
A Claudia Sheinbaum le trataron de empañar la fiesta. En redes sociales, Rosario Robles dijo que le daba gusto que los Tigres del Norte volvieran a estar en el zócalo, como cuando ella fue jefa de Gobierno.
Al final, los tres personajes mencionados -corcholatas se les dice, gracias al presidente- aparecieron con sus respectivas parejas, aparecieron juntos en el mismo balcón.
Uno de ellos, o ella, será quien encabece esta ceremonia el 15 de septiembre de 2025.
Por Arturo Cano/La Jornada
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