Existe una historia que habla de la confesión que Xavier Villaurrutia le hizo a Octavio Paz cuando conoció su departamento, ésta afirma que le dijo: “para soportar a México he tenido que construirme este refugio artificial”, pienso en el sentido de la frase y la representación de una persona al afirmar que, debido a que está en desacuerdo con el lugar en el que vive, se ha visto en la obligación de edificar un oasis que le permita “desarraigarse” del sitio al que pertenece. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos construido pequeñas islas donde asirnos de la barbarie?
Esta idea me ronda la cabeza al atisbar en el oasis creativo que se ha convertido el taller Enrique Garnica que hoy inaugura su más reciente exposición. Con esto en mente, después de saludar a muchos amigos afuera del museo El Cuartel del Arte, más de 500 personas esperamos a que termine el apresurado y largo discurso de las autoridades culturales de la entidad. Es el viernes 24 de junio de 2022, una tarde de verano que perfecto encaja en la descripción de la Pachuca de siempre, aire frío y una amenaza de lluvia que nunca llegará.
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Todos los que aquí convergemos podríamos dividirnos en tres grupos: 1. Los amigos y familiares del artista (es decir, los de siempre). 2. Los de la comunidad cultural y sus haters. 3. Sus fans y algunos curiosos que vinieron por escuchar al Dj. Todos aquí tenemos en común el interés de observar qué nos entregará de nuevo la exposición de Garnica. ¿Qué nuevos mounstros habitarán sus obras? ¿Cuál será la sátira o la denuncia con la que nos atacará visualmente?
El protocolo termina y mientras el control de acceso al museo genera una nutrida fila, otra fila igual de grande se forma en torno a la carpa donde reparten mojitos y cubas libres de Bacardí Blanco. La convocatoria del artista es incuestionable, su solo nombre reúne aquí a cuatro generaciones de la comunidad cultural. Amigos que fueron amigos y hoy son sólo conocidos. Gente que se amó y hoy se odia. Personas que se odiaron y ahora se aman. Al igual que en sus obras, aquí convive, al margen de la emoción y el desencanto la vida misma.
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En tanto la cumbia de Dj Satánico retumba en la plaza Aniceto Ortega, quienes recorremos las salas del Cuartel, de fifi a chairos saltamos del asombro a la risa, entre la iconografía religiosa, la sátira y la crítica social que son, quizá, los tres elementos de la santísima trinidad de la imaginería de Enrique Garnica. En la obra es común observar santos vueltos demonios, la canonización de sus amigos como integrantes de escenas costumbristas y la reapropicación de obras clásicas del arte que viven con piezas pop y figuras de la tradición popular mexicana.
Mientras bajo las escaleras del museo, después de recorrer la muestra “XL” (que estará en exhibición durante los próximos tres meses) pienso en que lo que cuelga de estos muros no sólo es una retrospectiva de los primeros 40 años del artista pachuqueño, sino que es también la exposición de un proyecto de vida consagrado al arte. Esta tarde de viernes, me voy convencido de que con su segunda exhibición individual en el museo de arte más importante de la entidad, la convocatoria que genera, y las reacciones de la crítica y la prensa, Enrique Garnica brinda la última prueba de que es el artista plástico más importante de Hidalgo.