Voy por el mariachi;
regreso a componerte
la mortaja.
Venancio Neria, La tristeza de Papá Sabino (2011).
Haga usted gimnasia mental y recuerde qué canciones populares en castellano, más o menos famosas, están dedicadas al padre de familia. Quizá, si es una persona de la tercera edad como yo, cite Mi viejo, de Piero y José Tcherkaski (1969). Y aparte de ésta, escrita por argentinos, ¿cuál otra de autor mexicano? En el mejor de los casos, tal vez rememore Papá, de Filiberto Medina (1974), en la versión con el cuarteto de los hermanos Aguilar. Mucho me temo, sin embargo, que su ejercicio memorístico no pasaría de ahí. Y es que nuestro cancionero alusivo a tal asunto es desolador en todos los géneros, desde el corrido, la canción ranchera o el son regional, hasta el bolero, la balada romántica o el rock.
Lo mismo resultaría si le pidiera a usted recordar cantos de esta índole en otra lengua. En la inglesa, por ejemplo, y después de mucho pensarlo, acaso le vendría a la mente Father and son, del entonces todavía llamado Cat Stevens (1970), escrita y cantada como el ríspido diálogo generacional entre un anciano progenitor de habla bonachona que advierte: “You’re still young, / that’s your fault”, y el hijo adolescente que le responde casi a gritos: “It’s always been the same, same old story!”.
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¿Por qué existen tantas canciones destinadas a la madre y no al padre? ¿Por qué, en las pocas referidas a lo paterno, suele filtrarse entre líneas un tufo de amargura, cuando no de resentimiento o rencor, ausente en las compuestas a lo materno? Incluso, ya entrados en el terreno de las anécdotas o las minucias, ¿por qué durante la noche del tercer sábado y la madrugada del tercer domingo de junio hay escasísima demanda de mariachis para llevar serenata, a diferencia de la vorágine mariachera que ocurre la noche del 9 y la madrugada de cada 10 de mayo?
Como las respuestas corren el riesgo de caer en lo simplista y estereotipado, prefiero abstenerme de ellas o se las endilgo a la experta en estos menesteres: la sicología. Aquí me limito a plantear lo que considero que debe ser motivo de reflexión. Porque es un fenómeno cultural con mayor trasfondo del que aparenta. Porque refleja más que clichés, ideologías en pugna y divergencias sociales. Porque hiere susceptibilidades y predispone al despecho. Porque —y no nos asombre que ello suceda, además de en la música, en la literatura— el hilo conductor es la figura del ruco; no la del padre joven, ni siquiera la del cuarentón, sino la del vetarro, la del vejestorio a quien se le mira, si bien le va, con una mezcla de tolerancia y benevolencia.
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“La edad se le vino encima”. Lleva “la tristeza larga de tanto venir andando”. Por eso “el dolor lo lleva dentro”. Por eso “tiene historia sin tiempo”. Por eso camina lento, “como perdonando el viento”…
Sí, canciones a toda madre, o para usar otro mexicanismo equivalente: canciones muy padres. Lástima que en ellas los homenajeados vivan su paternidad encasillada al fardo de los “años viejos”.