“Este Partido Único no me gusta nada. -A mí tampoco -dijo Trenza-. Pero es demasiado grande para ir en contra de él -en esto tenía mucha razón. Entonces se nos presentó la solución del problema con gran claridad: si hay una aplanadora, más vale estar encima que debajo de ella”. Esta frase incluida en la novela “Los relámpagos de agosto” de Jorge Ibargüengoitia bien podría definir lo que sucedió en la historia política de Hidalgo en el último siglo.
Pero, a casi 100 años del inicio del “maximato” en México, en nuestra entidad, la idea de perpetuar las costumbres que lo generaron en la era postrevolucionaria aún permanece en aquellos que ocupan un lugar dentro de la estructura del régimen político que nos gobierna. Adultos que se sienten ó actúan como jóvenes y jóvenes que piensan como baby dinosaurios de un sistema que huele a naftalina; ellos aún creen, fervientemente que la voluntad de la gente puede comprarse.
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A todo estos “próceres de la democracia” habría que decirles lo rídiculos que parecen en sus redes cuando tratan de “conectar” con un público juvenil que no solo los ignora, sino que incluso los desprecia, a ellos tal vez, tendríamos que hacerles ver que el “viejo carro completo” que manejaban está desvielado desde el 2018.
Tal vez estoy equivocado, porque en el fondo saben que están perdiendo todo, de ahí su desesperación. A lo mejor es por eso que buscan a toda costa insertarse en una sociedad que ya no los tolera por su nula credibilidad de que son “el cambio”. Muy probablemente están conscientes de que se les agotan los trucos a los “magos electorales”, que les quedan pocos recursos en su chistera y que el futuro se evapora frente a sus ojos.
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Por eso están replegando filas, importando mercenarios del norte del país, “persuadiendo” a líderes y adquiriendo voluntades. Ellos mismos se lo están repitiendo como un mantra: “en esta elección lo jugamos todo”. Arrojarán su resto y lo que les quede.
El deseo del poder por el poder los está acorralando, por eso gritan, enardecen, mientan madres, se alteran, insultan a todos, culpan al mundo y a sus colaboradores cercanos. Añoran la victoria y el ser aclamados. Es inconcebible para su ego el ir a un evento de 300 personas donde antaño existieron 3000.
Caminan debajo del sol tocando puertas en barrios altos, van a caballo en caminos inóspitos, pero no recuerdan que esos cerros, esos caminos rurales, esos municipios pobres están así porque durante su brillante carrera no los beneficiaron. Critican a empresarios, campesinos, líderes de barrios y colonias de proteger sus intereses personales, pero se olvidan de la cantidad de veces que les fallaron cuando confiaron en ellos. Buscan ajustar lo inajustable, pero ya no pueden hacerlo, simplemente porque la maquinaria que aceitaron durante décadas ya no tiene las piezas que la hacían funcionar.
Están preocupados, y claro, cómo no hacerlo, lo perderán todo. Lo saben, es casi imposible parar el tren que se está descarrilando. El camino al precipicio de su sistema está vaticinado. En junio se clavarán los primeros clavos de la tapa del ataúd de la “dictadura perfecta”. Es inevitable, al inicio del próximo mes sólo dos plazas les quedarán, y en 2023, la colisión será inminente, la extinción habrá de consumarse.
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