Escraches, tendederos y denuncias públicas

Al menos una vez al año, las redes sociales y los espacios laborales y educativos se cimbran ante cientos de testimonios de violencia. 

Es muy seguro que aparezca ahí el nombre de alguien que conocemos. Un amigo, familiar, compañero o jefe. Seguro se nos revuelve el estómago al recordar violencias que hemos vivido o pensamientos de duda sobre si es o no un agresor. 

Yo tengo pensamientos encontrados, trato de complejizar lo más que puedo está situación. Hace años, en una red social escribí sobre la historia de violencia que viví con un sujeto. Mi intención era que la gente a nuestro alrededor supiera lo qué pasó. Más que coraje a él, tenía coraje a la banda que le justificaba. Claro que al contar mi historia, omití ciertas partes donde desesperada por toda esa violencia, yo también dije e hice cosas terribles. No sé si logré mi cometido, yo reflexioné sobre mis actos y algunas veces me preguntó si él entendió lo que hizo y cambio o continua siendo el mismo. 

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Algunos escraches, que es el acto de denunciar públicamente a una persona que cometió violencia, han tenido resultados como despidos o suspensiones laborales, hacer que procesos judiciales que estaban estancados o corruptos se muevan y se pronuncien sentencias. No quiero catalogar si son buenos o malos, solo resultados, pero lo cierto es que dependen de algunos factores para tener ese éxito, como una gran exposición mediática que casi siempre se logra si es una figura pública de alto poder o que sean tantas denuncias en el espacio que no quede de otra. 

Pero en casos donde la situación es más personal como denuncias de parejas, de deudores alimentarios, a veces no se tiene ese efecto pero sí otros como que el agresor identifique a quien denuncio y la violencia regresé.  

Hablar de las violencias que hemos vivido es importante, ayuda a salir de la normalidad de la violencia y evidencia la necesidad de tener otras opciones para acceder a la justicia y la reparación, que muchas veces no es la que el derecho nos ofrece. 

Algunas personas quieren que sus agresores admitan lo que hicieron, les digan porque lo hicieron y se disculpen. Algunas quieren rehabilitación para sus agresores. Que no se vuelvan a acercar. Que paguen lo que deben. 

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Institucionalmente, los lugares de trabajo y educativos tienen una responsabilidad enorme que va más allá de despedir al agresor. Para que exista la violencia se necesitan condiciones para ejercerla, así que son igual de responsables ¿qué pasa después de un despido? ¿Qué acciones van a tomar para que no vuelva a suceder? 

Pensar que la violencia solo la comenten los hombres cis, es caer en escencialismos y dejar vulnerables a aquellas que hemos sido violentadas por otras mujeres. 

En un sistema de opresión y dominación tan complejo, el llamado a la cancelación es peligroso, se han descubierto denuncias falsas fundadas en racismo, capacitismo, clasismo. 

La cancelación es absurda, quizás alguien pueda desaparecer de redes sociales pero no del mundo.  

¿Y quienes cargan con las consecuencias de las denuncias? Otras mujeres, otras personas, ni siquiera quien agrede. 

¿Es deber de la víctima perseguir a su agresor toda la vida o enfrentar demandas por daño moral? ¿Eso es justicia? 

Necesitamos ver todo el panorama y entender que también somos responsables de la violencia. 

Posdatas: 

  • La semana pasada publiqué una columna con información sesgada. Asumo mi responsabilidad y ofrezco mis sinceras disculpas a la víctima y su familia, pero esa columna no debe de tener represalias en el proceso de investigación. 
  • Seguimos sin ombudsperson y comisión de víctimas. 

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