Citibanamex está en venta y el paquete incluye los invaluables tesoros artísticos de los que es dueño. Según nota periodística reciente, se trata de una «colección de más de 600 obras, cinco edificios coloniales dedicados a la promoción de la cultura, y un acervo documental conformado por más de 90 mil unidades que van desde 1884 a la fecha». No son baratijas ni quincalla, mucho menos bisutería. Antes bien, constituyen un patrimonio tanto o más rico que el de numerosas instituciones mexicanas —gubernamentales y particulares— relacionadas de una manera u otra con la cultura y con la preservación de documentos.
La propiedad privada del arte, mientras éste se haya adquirido o heredado sin violar la normatividad nacional e internacional en la materia, no constituye delito alguno para nadie. Tampoco lo es guardarlo para su disfrute personal, obtener beneficios económicos de él si decide exhibirlo al público, rematarlo todo o en partes cuando le venga en gana. En cambio, sí resulta un hecho delictuoso que la persona o empresa propietaria modifique sin autorización (o peor, destruya) los sitios y monumentos históricos a su cargo (o mejor, a su custodia, porque el dominio le corresponde finalmente a la Nación). Y asimismo punible es que la instancia poseedora saque definitivamente del territorio patrio aquellas obras que la ley considera monumentos artísticos (un cuadro de Frida Kahlo, digamos).
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¿Qué hará con el legado cultural de Citibanamex quien lo compre? ¿Lo mantendrá como una estrategia corporativa? ¿Lo sostendrá con un fondo o fideicomiso? ¿Preservará completo su archivo documental y hasta lo enriquecerá con legajos rescatados de otras partes (los “papeles viejos” de tantas haciendas mexicanas, por ejemplo)? ¿Incrementará su valiosa colección de piezas artesanales, varias ya extintas, y favorecerá el estudio de ellas? ¿Continuará apoyando las muestras museográficas, las publicaciones, los certámenes y similares tareas que caracterizaron al antiguo banco? ¿O mercará al mejor postor todos estos activos dizque prescindibles u ornamentales?
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Acaso sea demasiado pronto para responder a tales interrogantes, pero deberían preocuparnos. A fin de cuentas ese otro patrimonio bancario también pertenece a México como entidad física, histórica y moral, y su futuro nunca podrá sernos algo ajeno. Perderlo, minimizarlo, ningunearlo, sería una actitud egoísta, una inconciencia colectiva que nada puede justificar, por más mercantilismo burdo y ramplón que se utilice como pretexto. Y que conste: no estoy argumentando en pro ni defendiendo ningún organismo privado, sea éste vendedor o comprador, sino abogando porque mi país no pierda ni tergiverse su capital identitario.
Roguemos, mientras tanto, que un inmueble tan hermoso y emblemático de la calle Madero en la Ciudad de México, el denominado Palacio de Iturbide, jamás abandone la misión de centro cultural a la que desde hace años lo destinó el otrora Banco Nacional de México. Digo, para no verlo convertido después en una inculta tienda… elektrizada.
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