El 6 de noviembre pasado se cumplieron 50 años de la muerte de Agustín Lara, uno de los compositores más exitosos y fecundos en México.
Fue emotivo en aras de cantarle al amor, en la dualidad de música y letras de boleros, algunos que todavía suelen ser tarareados por quienes, ya en calidad de muy adultos, son marco de dulces y también amargas remembranzas.
Fue excepcional. Algunos de sus temas vuelven a la memoria: Piensa en mí, Solamente una vez, Amor de mis amores, Granada. Uno muy singular, referida a su corta pero no menos intensa relación con María Félix: María Bonita. Y también aquel chotis, Madrid, y hasta otra que acentuaba su gusto por la fiesta brava: Silverio Pérez, matador nacido en Texcoco, con una bella frase aludiendo al hermano del diestro, víctima de cornada mortal: “Carmelo, que está en el cielo, se asoma a verte torear”.
Era frecuente en esos años, entre los treinta y los cuarenta, verlo en plazas de toros, siempre distinguido, acompañado de sonrientes damas.
Y con Lara se asociaban nombres de continuas conquistas, y hasta la historia de una conflictiva pasión con una mujer de la vida galante, quien en arranque de ira lo agredió con una navaja, marcándole para siempre en la cara.
Todo eso se sabía y se comentaba alrededor del maestro, quien siempre rehuyó estudiar música. Era intensamente lírico. Y no se lo reprochaba. Pero tal vez faltaba entender algo más profundo de su personalidad, fuera de los escenarios, de las presentaciones públicas.
La casualidad favoreció a este reportero.
Arcadio Medel Marín fue alcalde de Puebla (1966-1969). Se decía que en el pasado había sido cercano a Gustavo Díaz Ordaz, quien seguramente, se citaba, había influido para que su camarada fuera presidente municipal.
Medel Marín era hombre serio, amable, apegado a su responsabilidad.
Designó para ayudarle en temas de comunicación social y relaciones públicas, a un caballero excepcional: Pedro Ángel Palou, orizabeño, de amplia cultura que llegó a estar al frente de la Biblioteca Palafoxiana, ubicada en el Centro histórico de la Angelópolis, creada en 1647, y reafirmada en 1648 por el papa Inocencio X.
Conocerla maravilla, no solo por su entorno sobrio, elegante, trabajada en sus estanterías por ebanistas novohispanos que emplearon maderas de ayacahuite, polocote y cedro.
Pero lo importante es que alberga más de 45 mil libros, así como incunables y otros impresos.
Era prohibido tomar fotografías con auxilio de flashes, ya que la luz intensa de estos, se argumentaba, podía afectar portadas y hasta textos.
El reportero trabajaba en un diario local: Novedades de Puebla, ya desaparecido. De la relación continua con el profesor Palou, nació una invitación para integrarse con él en algunas de las tareas que tenía asignadas en el ayuntamiento.
Un buen día habló para indicar que el próximo lunes nos veríamos en su oficina.
Era de hecho un espacio rectangular, ocupada por una dama de rostro un tanto grave. Se llamaba Angelina Bruschetta. Me tocó estar junto a ella, escritorio con escritorio, tras una rápida presentación.
Al profesor lo acompañaban dos hijos, tras una costumbre casi cotidiana de ejercitarse. Uno se llama como su papá, y se convirtió en excelente escritor, especialmente de temas históricos. El otro, Juan Ignacio, se inclinó por el deporte. Era portero, llegó a estar con el Pachuca.
-Los primeros días fue difícil establecer una relación con quien ejercía como secretaria ejecutiva. Era entendible, yo no cumplía con un horario regular, por mi otra ocupación.
Sin embargo, fueron limándose asperezas. Al final ya charlábamos sobre asuntos cotidianos de Puebla y del país. Estaba bien informada. Cuando me retiraba no dejada de advertir una mirada de molestia, sin que lo externara en otra forma.
-Hasta que en una ocasión, en que ella no tenía pendientes y yo preparaba una apretada síntesis informativa, me dijo, como en charla:
-Estuve casada con Agustín.
Ignoraba a quién aludía.
-¿Agustín, señora?
-Pensé que lo sabía, -adujo-. Agustín Lara.
Su tono no era de humor fino, sino aseverativo.
Me confió que estuvieron unidos durante casi una década, confirmado esto por Pável Granados, autor de una novela, junto con Guadalupe Loaeza, titulada Mi novia, la tristeza. Estableció que convivieron de 1928 a 1938.
– Textual, Granados dijo en una entrevista para Notimex.
“Agustín era un ser solitario y se enamoró profundamente de Angelina, quien lo amó desinteresadamente cuando todas las mujeres lo buscaban por la figura y personaje en que se estaba convirtiendo”.
Supo de la existencia de Angelina cuando una de las hermanas Águila (famosas exponentes de la época) le platicó que Agustín Lara tenía escondida en su casa a la musa de sus canciones, pues nunca hizo vida pública con ella.
Pavel Granados contó también:
“En 1995 me fui a Puebla y encontré a su familia, pues ella ya había muerto en 1985. Sus familiares me permitieron sacar copias de sus fotografías y su archivo. Fastidiada de todo, ella abandonó a Lara en 1938.Cuando él llegó a la casa de ambos, no la encontró más. Se llevó sus cosas y sus fotografías con él.
“Lara la buscó por mucho tiempo, incluso le dedicaba canciones a través de la XEW para que regresara, pero ella no aceptó más.
“Siempre hablaba de él; cuando las visitas llegaban a su casa les enseñaba sus fotos y si alguien le decía que Agustín era feo, se ofendía y las guardaba.
“A la muerte del compositor de Farolito y Granada, el 6 de noviembre de 1970, Bruschetta sobrevivió 15 años más. Escribió el libro Agustín y yo y, según su familia quedó muerta en vida cuando él falleció.
Del trabajo de Pável Granados, cita que conoció a varias de las mujeres del quien se llegó a llamar “El flaco de oro”. Fueron: Rocío Durán (actriz), Raquel Díaz de León (periodista), Clara Martínez (bailarina), y Yolanda Santacruz Gasca “Yiyi”, y otras más que documentó.
Hay un pequeño párrafo que enternece:
“Hasta el último día de su vida siempre desayunaba con una fotografía de él y le platicaba”.
Mucho de lo anterior es congruente con lo que Angelina Bruschetta le confiaba al reportero.
“Lara era todo un caballero. Impecable al vestirse y siempre tenía a la mano diferentes lociones, porque decía que hasta en los aromas que despedía tenía que ser agradable”.
El desempeño del reportero en el Ayuntamiento poblano terminó cinco o seis meses después. Era incompatible en horarios.
Le agradecí al profesor Palou su atención y también, en una mañana le dije adiós a la señora Bruschetta, con la mutua promesa de volvernos a ver.
No ocurrió. Caminos diferentes pero, colijo, que de ambos, memorables reminiscencias.
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