Abrir, anexar, concretar, difundir, expandir, influir, instruir, obstruir, ofrecer, sublimar, traumar, valorar… Los mismos verbos y con idéntico significado, pero retorciéndolos hasta donde sea posible para que se escuchen rimbombantes: aperturar, anexionar, concretizar, difusionar, expansionar, influenciar, instruccionar, obstruccionar, ofertar, sublimizar, traumatizar, valorizar…
Ni se diga la jerga academicista, tecnocrática o administrativa: «El asunto es muy controversial» (no controvertido); «Los paseos al campo cumplen un fin recreacional» (no recreativo); «Hoy distribuiremos nuestro manual organizacional y procedimental» (no de organización y procedimientos); «La ley establece obligatoriedad» (no obligación); «Me ascendieron del área computacional a la gerencial» (no del área de cómputo a la gerencia); «En México es elevada la tasa poblacional» (no de población, no demográfica); «Conviene analizar la problemática» (no los problemas); «Aquí recibirá usted atención personalizada» (no personal)…
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En el mismo saco caben los neologismos y tecnicismos kilométricos, so pretexto de que, mientras más sílabas contengan, son más apropiados, ricos o precisos: necesariedad (no necesidad), complementariedad (no complemento), sobredimensionamiento (no exceso de dimensiones, no demasiada importancia, no sobrevaloración), interdisciplinariedad (no conexión, no enlace, no cruce, no combinación de disciplinas)…
¡Uf, se nos llena la boca cuando empleamos estas palabrejas! ¡Qué profundos, qué modernos, qué sabios, qué lingüística y políticamente correctos parecemos al hablar así! Y encima, ¡qué prestigio nos otorgan ante los demás! Con ello, como escribió el periodista español Álex Grijelmo en su libro La seducción de las palabras (Santillana, 2007), “se pretende sobre todo confundir al receptor, dejarle anonadado ante un lenguaje que se supone superior, elitista, perteneciente a un grupo al que él no pertenece”.
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Alargar sin justificación etimológica o gramatical un verbo no prolonga por ese solo hecho su contenido. Inventar un término seudocientífico que signifique exactamente lo mismo que otro ya usual y entendible por la gente de a pie, en nada contribuye al estudio y divulgación de la ciencia. Suele suceder, más bien, que el neovocablo confunde o embrolla a quien jamás lo había escuchado pero ahora le urge entenderlo. Así el emisor, aunque finja demencia, logra su objetivo: presumir, deslumbrar, hipnotizar. Tal vez incluso engañar, trampear, inducir a error. Y de paso, también darse dominio y poder sobre las otras mentes. Un dominio casi total. Un poder casi sin contrapesos.
Ello explica por qué una estrategia de tal naturaleza es tan recurrente en la política. Los conceptos ampulosos pero vacíos. Las frases apantalladoras pero huecas. Los discursos impactantes pero fofos. Más que lenguaje oscuro, cabe calificarlo de oscurantista. Una vía sutil, eficaz, impune, de concebir el arribismo político como profesionalización.
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