Decía la famosa psicoanalista francesa Francoise Dolto que “Donde el lenguaje se detiene lo que sigue hablando es la conducta”…
Y así es, lo que no decimos verbalmente se manifiesta en las expresiones cotidianas, en el lenguaje corporal, qué dice mucho más que el verbal (si queremos saber no solo escuchemos, también observemos).
Lo que no se dice se externa en la conducta, en el cuerpo, las relaciones…
Tanto la alegría como el dolor nunca habitan en silencio, la alegría es ruidosa, se ve, se percibe, porque quien es feliz no teme expresar su júbilo, en cambio con el dolor es otro tema, este se niega o se evade (sin que pueda ocultarse permanentemente). Emociones como la tristeza, el miedo, el enojo y la frustración al no ser gestionadas y expresadas adecuadamente tienen la posibilidad de derivar en adicciones, conductas suicidas, relaciones destructivas, enfermedades, de hecho, hay un porcentaje altísimo de que el síntoma sea la expresión a gritos de lo que se quedó en silencio.
No hay nada que no se diga, aunque no siempre encuentre el canal adecuado para expresarse.
El cuerpo habla lo que la boca calla… ¿Cuáles son esos cerrojos que nos nos dejan hablar abiertamente de lo que pensamos, sentimos, deseamos, de lo que detestamos? Es indispensables detectarlos, elaborarlos, superarlos.
Porque incluso en la relación consigo mismo: cuánto no me atrevo a decirme tiene un significado y un impacto en el autoconcepto, y a partir de este surge mi relación conmigo y con el otro, afectando el bienestar individual y colectivo.
Ese “no decir” no es sano, en un equilibrio, se dice lo que tiene un significado, un sentido y un objetivo claro, es un autoreconocimiento de lo que estoy necesitando expresar, de lo que quiero hablar y tocarlo aunque haga ruido, incluso para hacer eco en alguien más, porque igual y nos sorprenderá descubrir que una gran parte de lo que no decimos en voz alta también lo callan más personas de las que imaginamos.
¿Qué hay detrás de los silencios? ¿Qué creencia y que emoción se esconden?
¿Por dónde comenzar para evitar que ciertos silencios ocasionen dolor, enfermedad, soledad o desgasten los vínculos más importantes? La primera puerta a abrir es la de la mente, y para esto, hay que dar un paso gigante: liberarse de prejuicios, cuestionar creencias personales, tirar algunas al cesto de la basura y modificar otras, ni las mujeres nos vemos más bonitas calladitas ni los hombres deben censurar la expresión de su emocionalidad.
Se necesita valor para levantar la voz, para hablar de lo que se piensa, para dejar de autocensurarse, pero ¡lo vale! Porque habremos dejado de vivir en nuestra propia jaula: una mente rígida, obsesivamente estructurada.
Abrirnos a la posibilidad del pensamiento flexible hace más sencillo y sobre todo, infinitamente más útil, el pensar y hablar libremente, sin escandalizarnos de los y las demás, como resultado de que en primer lugar renunciamos a escandalizarnos de nosotros mismos, admitiendo que no hay nada más peligroso que una mente demasiado rígida o temerosa que somete al mutismo lo que se quisiera y se necesita enunciar intencionalmente para ser curado o para evitar patologizar.
Bienvenidos y bienvenidas a mi columna… Me encantará contar con su lectura cada fin de semana, espero sus comentarios.
¿A ustedes, de qué les gustaría hablar de-lí-be-ra-da-men-te?
Abrazos virtuales
Lorena Patchen
Psicoterapia presencial y en línea.
Por Lorena Patchen
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